Esto es otra cosa
El Madrid sometió al Oviedo en el primer tiempo. Presión intensa, sin concesiones. Se advirtió un salto considerable con respecto al partido ante Osasuna.
Cuesta olvidar en su faceta de entrenador lo que Xabi Alonso representó como futbolista. No es un tránsito sencillo, ni previsible. Son frecuentes los técnicos que se desempeñaron como futbolistas rudimentarios y renacen como refinados estrategas. Y al revés, jugadores de alma delicada que se adhieren después al fútbol sabueso. Alonso, en cambio, mantiene las coordenadas que le colocaron entre los mejores centrocampistas del mundo. Quería control, rigor, buenos pases y pierna fuerte. Sin tonterías. Algo de eso se apreció en Oviedo, más completo, mejor y estimulante para el Real Madrid.
Se advirtió un salto considerable con respecto al partido contra Osasuna, donde hubo más interés en seguir las instrucciones del nuevo entrenador que disfrutar del cambio de etapa. Muchas novedades, pocos entrenamientos, propuesta diferente… Cabían todo tipo de razones, reales o imaginadas, para explicar un rendimiento del Madrid peor de lo esperado.
Si en el Alonso jugador se adivinaba una veta prusiana, como entrenador no la esconde. Quiere gente seria y comprometida hasta el hueso con su oficio. El meritoriaje parece que figura entre sus principios esenciales. Por razones de mérito, Carvajal y Mastantuono fueron titulares, en lugar de Trent y Brahim. Uno, el inglés, sigue su viaje de Inglaterra a España, en paquebote por lo visto, porque está tardando en llegar. En cuanto a Brahim, nunca ha sido un titular rotundo, pero si un revitalizador suplente. Todo indica que seguirá en ese papel, importante en cualquier equipo y más que necesario en el Real Madrid. Imposible olvidar a los muchos Joselus que le han sacado de graves apuros.
Vinicius tampoco entró en el equipo inicial, algo impensable en los últimos tiempos. Hace un año, el Madrid no se subió en el avión que le llevaba a París porque en el club se decretó que el brasileño era el mejor futbolista del mundo. Es probable que en la próxima edición del Balón de Oro no figure entre los diez más votados. Alonso le quiere a la altura de su altísimo techo y aplica una versión del palo y la zanahoria. Ingresó en el segundo tiempo, con un rédito instantáneo. La cara A de Vinicius. Imparable.
Sustituyó, por cierto, a Rodrygo, otro brasileño cuestionado. Alonso, que no le había dado bola desde que llegó, le colocó en la izquierda, posición favorita de un jugador que se ha sentido a desmano más veces de las que le hubiera gustado. En la escala siempre se encontró con su habitación ocupada: Vinicius-Benzema, Vinicius-Mbappé. A pesar de todo, Rodrygo se ganó un crédito merecidísimo en el Madrid. Delantero fino, inteligente, regateador, delicioso en sus mejores momentos. Afligido, melancólico, en los peores.
Rodrygo no desaprovechó la oportunidad. Pesó durante el primer tiempo, como si hubiera despertado del letargo. No se sabe, sin embargo, si está para quedarse o para recuperar el crédito y salir traspasado. En su mejor versión, se escucharían las bofetadas por ficharlo.
Retocada la alineación, el Madrid sometió al Oviedo en el primer tiempo. Presión intensa, sin concesiones, en contra de lo habitual en un equipo que históricamente ponía cara de velocidad en algunos momentos de los partidos, pero prefería esperar y contragolpear. Por lo demás, el balón se movió con más rapidez y criterio que en el primer partido, hasta que empezó a decrecer la energía en algunos jugadores.
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El rendimiento de Mastantuono decreció. El de Rodrygo, también. Hassan, un habilidoso que ha pasado por varios equipos de Segunda A, se impuso a Carreras con bastante facilidad, antes de equivocarse en un lugar que no le correspondía. Es hábil, pero no lee bien el juego. Vinicius, que estaba con la zarpa, le arrebató la pelota. Mbappé concretó la jugada. Allí se detuvo la crecida del Oviedo. Alonso dijo que se sentía satisfecho. Dijo lo mismo después del enfrentamiento con Osasuna, pero esta vez con razón.
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