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Elisa Aguilar toma fuerza

Elisa Aguilar ha renovado esta semana su cargo como presidenta de la Federación Española de Baloncesto hasta 2028. La reelección asienta a Aguilar en el puesto para un ciclo olímpico, lo que le permite trabajar con un plan de futuro y eliminar la sensación de interinidad o provisionalidad que alguien pudiera percibir aún desde que heredó la responsabilidad por la marcha de Jorge Garbajosa a FIBA Europa. La madrileña es ahora una presidenta sin asteriscos y sin oposición, tras ser proclamada como candidata única con 109 avales de los 120 posibles. Eso es bueno, porque aporta tranquilidad y seguridad para afrontar los retos que se avecinan. De Elisa se esperan políticas de continuidad, que por algo estaba en el equipo de Garbajosa, pero también un sello propio. Su perfil es impecable. Ha sido una de las mejores jugadoras de la historia, con 222 presencias y seis medallas con la Selección; tiene experiencia federativa y de gestión; luce un brillante currículo académico… Alguien podría añadir como plus que es mujer. Es verdad que, por desgracia, esa condición supone todavía una rareza en el deporte, donde solo hay tres presidentas de Federaciones, pero realmente no debería ser un distintivo de nada. Y así lo siente ella. Si Aguilar está hoy al frente del baloncesto español es por su valía. Sin género, sin duda y sin género de dudas.

El nombramiento vino acompañado de la renovación de los dos seleccionadores para el periodo olímpico, Sergio Scariolo y Miguel Méndez, encargados de conducir el camino a Los Ángeles 2028, antes de saberse incluso si los hombres estarán en París 2024, una meta a corto plazo. Más allá de esos resultados deportivos, Aguilar también quiere inundar los colegios de balones y alcanzar el medio millón de licencias en 2030. Su desafío lo apoya en una frase: “El baloncesto tiene la capacidad de cambiar el mundo”. Que es muy parecido a lo que dijo Nelson Mandela sobre el deporte.

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