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El virus contagia al Tour

Después de más de dos años de pandemia, el singular comportamiento del coronavirus ya no debería sorprender a nadie. Aun así, confieso que no entiendo lo ocurrido en el Tour de Francia. El lunes, durante la jornada de descanso, un total de 165 ciclistas dieron negativo en los test PCR. El resultado en sí ya era extraño, porque en las etapas precedentes se habían retirado hasta tres corredores infectados, por lo que se tomó como un dato tranquilizador. Poco duró la paz. Este martes hubo otros dos participantes que tuvieron que abandonar la carrera. Ya van cinco, dos de ellos en el equipo de Tadej Pogacar. Y podría haber sido uno más si Rafal Majka no hubiera sido indultado. Es decir, se detectaron contagios el día antes y el día después de los impolutos controles oficiales, pero no ese día. Todo muy raro.

La polémica no alcanza tanto a los incomprensibles resultados de los PCR, como a la aplicación del nuevo protocolo. En ediciones anteriores, dos positivos acumulados significaban la exclusión de todo el equipo. El año pasado, Pogacar ya no estaría corriendo el Tour. Eso se ha flexibilizado, igual que en otros ámbitos laborales, una vez que la letalidad se ha reducido. La medida es justa, acorde al resto de la sociedad. Más discutibles son los criterios que permiten a ciclistas infectados continuar en competición, si su carga viral es baja, ante la supervisión de tres médicos: el del Tour, el de la UCI y el del equipo. Pasó con Bob Jungels, que aprovechó el semáforo en verde para ganar una etapa. Y ha vuelto a pasar con Majka, para alivio del UAE Team. Mientras, el asintomático Guillaume Martin se tuvo que ir a casa. Preparar un Tour supone un enorme sacrificio, por lo hay que aplaudir que los casos leves se traten con tolerancia. Pero las interpretaciones empiezan a generar alguna desconfianza. Igual que unos equipos detecten más positivos que otros. O el Tour, directamente, ninguno.