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El síndrome de la isla

Otra cáscara de plátano.- El vigente campeón de Europa y de Liga nos tiene desconcertados. Un equipo diseñado para arrasar a sus rivales, con un ataque plagado de candidatos al Balón de Oro, sufre para sostenerse con firmeza en los partidos y se le hace de noche a la hora de ver puerta. Tras tres partidos de Liga, Vini sólo lleva un gol (de penalti), Rodrygo suma otro (golazo en Mallorca) y Mbappé sigue sin estrenarse (y mira que Kylian lo intenta). Ancelotti tiene trabajo por delante. En este mes de agosto hemos visto un Madrid que en las primeras partes sale al campo aletargado, sin ritmo, pausado física y emocionalmente, sin agresividad en los duelos y muy contemplativo en la presión.

No sé si es el ‘síndrome de la isla’. Se dejó dos puntos en las Baleares y se ha dejado otros dos en las Canarias. Dos paraísos turísticos y paisajísticos en los que los blancos han dejado un mar de dudas ya que estamos hablando de dos enclaves rodeados de agua. Las Palmas se bastó con salir con la agresividad que requieren este tipo de duelos, lo que les dio pronto el buen gol de Moleiro, otro crío de la cantera amarilla que tiene talento y desparpajo. El chaval penetró ante la mirada fría de Tchouameni (amagó pero ni siquiera le entró) y Militao no llegó a tiempo para taponar el remate cruzado.

Pues hasta el descanso, no vi un Madrid enrabietado por arreglar el triste arranque. Se acabó arreglando el desaguisado con el penalti, clarísimo, bien transformado por Vini. Pero el plan no era llegar al tercer capítulo a cuatro puntos del Barça, a dos del Villarreal y a uno del Celta. Aunque en el segundo tiempo Ancelotti agitó la atmósfera dando entrada a Rodrygo, Güler y, finalmente, a Endrick, sólo dio para ataques algo previsibles, salpicados con las acciones de Mbappé, siempre atento pero negado ante el gol. Esto acaba de empezar, pero los inputs, que dirían los modernos, no pintan nada bien...

Cillessen, salvador.- El portero holandés ha llegado al Gran Canaria para hacer olvidar a Álvaro Valles, que hizo una gran temporada el curso pasado.  Pues va por buen camino. Le sacó dos manos, una al incombustible Valverde y otra a un cañonazo de Rüdiger, que eran dos goles cantados. Pero eso no es excusa para el 1-1. Los porteros están para eso y ante el Madrid todos quieren hacer el partido de sus vidas. El precio elevado que hay que pagar por ser claramente el equipo a batir.

Mi vecino Jose.- Hay una campaña publicitaria de un banco online que ha arrasado este verano al presentarnos a un vecino ideal, un tal Jose, que lo mismo te arregla el móvil, que recoge a tus hijos a la salida de un concierto, que te rellena la declaración de Hacienda, que te ayuda en la mudanza o te tira las cañas mejor que nadie. Un vecino casi utópico, pero que todos quisiéramos tener. Pues ese es Fede Valverde. Siempre dispuesto a ayudar a un compañero, a hacer las coberturas para frenar las subidas de los laterales rivales, a ayudar al mediocentro defensivo para descargarle de trabajo en el corte y confección del juego, que se incorpora arriba para soltar esos zapatazos que desatascan partidos bloqueados por un rival ultradefensivo. El Halcón es el vecino Jose. No se le puede pedir más. Es el Pirri del Siglo XXI.

Afición inquieta.- Tras las dudas que dejó el debut en Mallorca y la tediosa primera parte en el Bernabéu ante el Pucela, la afición blanca se pregunta cómo ha vuelto a pasar lo mismo, esta vez ante la equilibrada Las Palmas de Luis Carrión. Hay que espabilar ya. Me lo trasladan inquietos desde las gradas Gustavo Matos de la Peña ‘El Tiburón Blanco’ de Tenerife y Helios Rivero de la Peña ‘Los Vegueros’ de Gran Canaria. Y mi admirado Julio Zapata, de Molina de Segura (Murcia). Con esta gente se puede ir al fin del mundo.

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