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El rubio que las metía desde casa

Mi pasión madridista también se alimentó desde niño gracias a su equipo de baloncesto. Mi primer Madrid, bajo la batuta de ese pequeño-gran genio como era Pedro Ferrándiz, estaba ilustrado con jugadores increíbles como Corbalán, Carmelo Cabrera, Vicente Ramos, Clifford Luyk, Rafa Rullán, Walter Szczerbiak... y Wayne Brabender. Siendo un niño de 9 años recuerdo ver junto a mi padre en la tele de nuestro pisito de Carabanchel la final de la Copa de Europa de 1974. Ante el temible Ignis Varese de Dino Meneghin. Esa noche aprendí cómo se sufre en el baloncesto con los finales apretados. Los blancos levantaron su quinta Copa de Europa gracias a un triunfo taquicárdico (84-82). Una pasada.

El gran héroe de la final, sin duda, fue ese rubio que Ferrándiz se había traído desde Minnesota siete años antes. ¡Qué elegancia! ¡Qué muñeca más certera! ¡Qué manera de anotar! Brabender hubiese roto las estadísticas de triples actualmente, dado que en sus tiempos las canastas valían sólo dos puntos aunque tirase desde la Puerta de Alcalá...

Le disfruté más cerca en aquellas matinales en el viejo y extinto Pabellón de la Ciudad Deportiva, con ese humo que condensaba el ambiente (se permitía fumar) y ese Tiri con su megáfono y su mítico “¡Hala Madrid, Hala Madrid!”. Brabender transmitía temple, calidad, compromiso y un chorro de puntos en cada partido. Ese rubio americano se nos hizo tan español como nosotros. Y crecimos con él. Grande Wayne.

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