El retorno del Jedi
Hace mucho, mucho, tiempo, en una galaxia muy lejana, Leo Messi se plantaba ante los micrófonos de la sala noble del Camp Nou para confirmar, con lágrimas en los ojos, que abandonaba la que había sido su casa para enrolarse en la Estrella de la muerte: un Paris Saint Germain sin demasiada alma, pero con el dinero por castigo. Lícitamente, el último Jedi blaugrana elegía la firma de un último grana contrato al sacrificio por la causa. Pesó también en su decisión, o eso se dijo, la posibilidad de seguir luchando por los máximos títulos europeos, toda una quimera en un Barcelona donde el lustro del Gran Desconcierto terminó por rodear al genio de personajes tan secundarios como Luuk de Jong, Martin Braithwaite o Jar Jar Binks.
El estremecimiento en la Fuerza fue tal que a Joan Laporta, máximo responsable de su marcha por cuanto se había erigido en la única posibilidad de lograr su continuidad, le temblaron hasta las carrilleras, pero no el pulso: la situación financiera del club exigía de grandes sacrificios y, sin llenarse la boca del todo, el presidente resucitado dejaba caer que los Messi —ese ente polimórfico en el que se entremezclan un genio del fútbol, un padre financiero y varios tahúres zurdos— no habían puesto de su parte todo lo necesario para ayudar al Barça, una actitud egoísta que quedaba más retratada si cabe con el regreso de Dani Alves, su viejo socio en las Guerras Clon, por el salario mínimo impuesto por LaLiga y un bocadillo de mortadela.
“Si la dirección deportiva contempla su regreso nos pondremos a trabajar”, aseguraba esta misma semana el vicepresidente económico, Eduard Romeu. “Leo es un activo del Barça y nosotros sabemos hacer milagros”. Pues bien: tampoco hace falta ser un lince para sentenciar que si la dirección deportiva no contempla su regreso, lo que Romeu y compañía deberían empezar a valorar es la continuidad de dicha dirección deportiva por razones más que evidentes. Y es que basta con comparar el último partido de Messi en la Liga de Campeones con el de Ousmane Dembélé, erigido sucesor de Skywalker, para comprender la diferencia entre un Jedi de verdad y un muñeco Funko coleccionable: que la Fuerza nos acompañe.