El reencuentro de Alcaraz
El día antes, Gael Monfils se temía lo peor. O, al menos, eso decía: “Me va a aplastar, al cien por cien”. Quizá lo manifestó así porque temía que Carlos Alcaraz saliera como un ciclón para tomarse debida venganza de su sonado tropiezo en Cincinnati. Quizá porque lo pensaba de verdad por la diferencia actual de nivel. O quizá, simplemente, le puso un cebo al español. Pero Alcaraz no cayó esta vez en la trampa. Traía bien aprendida la lección de aquel 16 de agosto en el que mostró su peor cara. El siempre desconcertante juego de Monfils, un resabiado veterano de 38 años, sacó entonces de sus casillas a Alcaraz, de 21, que venía descentrado tras su dolorosa derrota en la final olímpica ante Novak Djokovic. La imagen de aquel partido fue la de un Carlitos desesperado, enrabietado, que rompió su raqueta contra el suelo. Ahí empezó una racha en caída, con eliminación prematura en el US Open, que no logró frenar hasta su regreso en la Copa Davis.
Desde esa fecha, todo hay que decirlo, ha retomado el buen camino. Y, sobre todo, “la alegría en la pista”, como reconoció tras la final que le ganó hace una semana a Jannik Sinner en el ATP 500 de Pekín. Su familia y su equipo han hecho también un gran trabajo para reorientarle. ¡Qué importante es tener un buen entorno! La influencia ha funcionado, el cambio es radical. Alcaraz encadena ahora 12 victorias consecutivas. Pero, sobre todo, se le ve feliz. La última ha sido ante Monfils, simbólico reencuentro, para meterse en cuartos de final del Masters 1.000 de Shanghái. No sucedió por aplastamiento, como anunció el francés seguramente para protegerse de la sed de venganza. Fue, simplemente, un partido de tenis jugado con seriedad. “He intentado estar calmado, controlar mis emociones, esperar mi oportunidad…”, explicó luego Carlitos. Con la lección bien aprendida.