El oro más perseguido
La Selección masculina de waterpolo ha perdido tres finales desde 2018. O incluso cuatro, según se mire. Los oros esfumados corresponden al Mundial de Gwangju 2019 y a los Europeos de Barcelona 2018 y Budapest 2020. La cuarta concierne a la final por el bronce de los Juegos de Tokio, el año pasado, que si bien no ponía un título en liza, sí había una medalla olímpica. El repaso de estos resultados tiene dos lecturas. Hay una parte preocupante. Se dice que “las finales no se juegan, se ganan”, pero España ha perecido siempre en la misma orilla. Esa reiteración de resultados negativos puede generar también un efecto paralizante o un exceso de ansiedad en los jugadores y el equipo técnico en el partido decisivo del domingo, precisamente ante Italia, su verdugo en el último Mundial.
Y luego hay una parte esperanzadora, elogiable, motivadora, ilusionante… Haber perdido esas cuatro finales tiene que servir de espuela, y también de experiencia, para dar el salto definitivo hacia el oro. Hay que convertir esas derrotas en una catapulta hacia el éxito. Y el recuerdo de Italia, en un deseo de revancha, lo que el rival llama vendetta. Este grupo que dirige David Martín lleva cinco años consecutivos dando la cara en la gran competición, una regularidad que también merece crédito y aplausos. Hace unos días escribíamos del desastre de la natación en los presentes Mundiales de Budapest, pero en paralelo a esa cuesta abajo, que viene de atrás, el waterpolo siempre ha respondido. El masculino y el femenino. Ellas no han podido luchar esta vez por las medallas por su cruce envenenado ante Estados Unidos, pero hace un año se colgaron la plata olímpica. A todas estas cosas hay que agarrarse para cambiar la tendencia en las finales, para conquistar ese perseguido oro que debería ser la meta natural, la consumación del trabajo bien hecho de estos últimos años.