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El Mundial de Rodrigo de Paul

Juega como si su familia estuviera secuestrada por un comando terrorista en Buenos Aires, comentaba sobre Rodrigo de Paul mientras veía el Argentina-México. La futura campeona era un saco de nervios, no sabía si atacar o defender, no conseguían dar tres pases y el centrocampista del Atlético de Madrid era objeto de todo tipo de chistes: “El único buen pase de De Paul en 18 minutos ha sido a Orsato (el árbitro)”, tuiteé subiéndome al carro. Argentina salvó el match ball y provoqué a un amigo argentino: “Si Argentina gana este Mundial será más sorprendente que la Champions del Madrid y además será un milagro porque al menos el Madrid tenía buenos jugadores”.

España cayó poco después en un desesperante partido falto de todo tipo de pasión. Si De Paul juega histérico, los de Luis Enrique llevaban una sobredosis de lexatines. “Por lo menos Argentina quiere ganar”, me la devolvió mi amigo desde la Scaloneta. Y entendí todo. El fútbol es hacer cosas difíciles lo más rápido posible. A eso lo llaman calidad y Messi ha sido el mejor de siempre haciendo eso. Pero lo que hace de este juego un deporte apasionante es que el esfuerzo y sobre todo el carácter pueden compensar la falta de técnica. Y en eso Argentina ha estado muchos escalones por encima del resto de equipos.

Las victorias que pueden ser consideradas históricas son las que dejan un legado. La Copa de Europa del Real Madrid le enseñó a todas las futuras generaciones que no hay que rendirse jamás por imposible que parezca la remontada. Y este Mundial de Argentina demuestra que las ganas de ganar son el primer ingrediente indispensable en un jugador profesional. Habrá quien señale que nadie reseñaría la fe de Rodrigo de Paul si no compartiera vestuario con Lionel Messi. Y es cierto, la contra del segundo gol de Argentina en la final no existiría sin el toque mágico del 10 en el medio del campo. Pero lo mínimo que se le puede pedir a los jugadores de una selección que aspira a ganar es tener el corazón de De Paul.