El milagro innecesario del Madrid

El Madrid tiene muchas vidas. Bien que lo acredita una y otra vez. Pero también muchos problemas. En un partido que fue una montaña rusa, se ganó la final de Copa en la prórroga. No debía haber llegado hasta ahí nunca, pero su apego a la emoción y sus constantes desajustes defensivos envalentonaron a una Real Sociedad lejos de ser brillante. Al final, el volumen de banquillo de Ancelotti, a diferencia del de Imanol, y esa cabeza loca de Rüdiger hicieron la diferencia. Ahora bien, la obsesión blanca por el género épico no esconde su fragilidad.
La sensación permanente de endeblez que ofrece el Madrid obedece a muchos factores, pero al final el que no pone solución a la misma es Ancelotti. Visto lo visto, el italiano podrá escudarse en la falta de tensión y compromiso de muchos de sus jugadores, que no se ponen las pilas hasta que ven el asunto feo. Se equivocaría. El fallo defensivo del Madrid es multiorgánico, incapaz de sujetarse ya ni en un bloque bajo, entre otras razones, porque no tiene futbolistas para ello. Alaba y Camavinga salieron retratados, incluso Asencio derrapó cuando vinieron curvas. Especialmente sangrante fue el caso del francés, que conceptualmente no mejora ni como centrocampista ni como lateral. Su fea costumbre de ir al suelo lo único que hace es acentuar la debilidad blanca. Cuando Kubo despertó, de menos a más en el partido, le hizo un roto continuo cuando vino al apoyo o cuando esperó abierto. Camavinga nunca se hizo con él, desprovista su actuación de toda solvencia.
Con todo, las contrariedades del Madrid apuntan a un mal posicionamiento general, con distancias entre líneas palpables, un repliegue defectuoso y una protección del área negligente. Sin Courtois, la muralla que tantas veces le sostiene, quedó desnudo ante una Real que, precisamente, esta temporada ha declinado en el aspecto ofensivo. Sus ataques son densos, pero la materia prima la tiene y en el Bernabéu la mostró que da gusto. Zubimendi protagonizó una clase maestra de saltar líneas con el pase, Pablo Marín se presentó con su dinamismo ante los grandes focos, Barrene manejó los espacios y Oyarzabal fue Oyarzabal. No le alcanzó porque no es la mejor Real de los últimos tiempos.
Aun así, de acuerdo a esta realidad, el presente inmediato del Madrid resulta poco alentador. Si no hace propósito de enmienda, señalado por la volatilidad futbolística y un escaso voluntarismo táctico, caerá de forma irremediable en estaciones superiores. Posiblemente, dará igual que Vinicius genere tres goles por partido, que Mbappé acierte, que Bellingham corra por todos los lados, que Tchouameni siga en franca mejoría o que Endrick saque el gatillo a cada oportunidad que le dé Ancelotti. El Madrid así solo podrá aferrarse a su incomparable talento individual, a la suerte y a la inercia ganadora que le distingue por antonomasia. Y a Courtois, claro. No es poca cosa, pero mejor le vendrá ocuparse en ordenar, de una vez, sus desarreglos como equipo. Ahí no tendría (casi) rival.
Fuera de sitio

Posesión larga de la Real con un Madrid mal parado y en el que Asencio comete un error de precipitación. El central sale de zona para intentar anticipar ante Oyarzabal. Vende así a Lucas Vázquez, en tierra de nadie.
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