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El ideal de lo roto

Algunos objetos tienen la asombrosa capacidad de funcionar mejor cuando peor están. Incluso hasta existen ciudades enteras que parecen regirse por esta máxima. Hay un pequeño y genial ensayo llamado “El ideal de lo roto”, del filósofo Alfred Sohn-Rethel, que explora esta idea en la ciudad de Nápoles, donde ni las puertas parecen funcionar como deberían y los picaportes son casi seres mitológicos («Nápoles con las puertas cerradas sería como Berlín sin tejados en las casas»).

El napolitano, dice el filósofo, se lanza al mar en una lancha en la que difícilmente nos atreveríamos a poner un pie y en la que el motor, aunque nunca arranca a la primera, siempre termina haciéndolo de una forma y otra. Y hasta luego logran hacerte un café a bordo, sorteando olas y rocas. Parece existir un orden dentro del caos, donde lo “roto” puede terminar siendo una fuente de identidad y resistencia. No se trata de que puertas, interruptores y aparatos estén rotos o de que no funcionen, sino de que para el napolitano solo comienzan a funcionar en el momento en el que se rompen. En cambio, lo intacto y autónomo le resulta inquietante.

Esta Liga sin dueño, la más emocionante y abierta de los últimos años, parece regirse por este ideal de lo roto que tanto fascinaba a Sohn-Rethel. Empezó dominando con mano de hierro un inesperado y alegre Barça, justo cuando más roto parecía tras el sainete de la dimisión/renovación en bucle de Xavi y de perder contra el Mónaco en el Joan Gamper entre silbidos de sus propios aficionados. Luego el Madrid, tras caer vapuleado en casa por el Barça y de dar lástima por Europa, de repente parece haber encontrado un tono aceptable y despide el año con la posibilidad de ser líder sin comerlo ni beberlo. Y el Atlético de Madrid, después de caer 4-0 contra el Benfica y en plena crisis con un Simeone más cuestionado que nunca, alcanza ahora su mejor momento, conquistando Montjuïc con ese gol de Sorloth, propio de un equipo que se ve capaz de todo.

Los tres contendientes parecen cumplir esta máxima del ideal de lo roto: “cuanto peor, mejor”. Y de manera inversa: “cuanto mejor, peor”. Algo parece que tiene que fracturarse dentro de ellos para empezar a carburar con fiabilidad. Y supongo que son estas cosas las que acaban haciendo que la ciudad de Nápoles y la Liga sean tan bonitas.

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