El fútbol apaga su luz

No hay mucho que decir, o que contar, cuando la tragedia nos atropella con toda la crueldad imaginable. El fútbol siempre me ha parecido una disculpa fantástica para hablar sobre la vida, pero suele ser la propia vida quien se ocupe de recordarnos que hasta el fútbol carece de sentido dependiendo de las circunstancias. Argumenta LaLiga que la disputa de la jornada obedece a la naturaleza profesional de sus protagonistas (si los talleres, las panaderías, los medios de comunicación o los centros comerciales del país siguen funcionando con normalidad, por qué no el espectáculo del balón), pero encapsular al fútbol como una mera actividad económica tan solo refuerza la idea de que cada vez son más los responsables empeñados en despojarlo de su alma.

Lo saben bien en Valencia, precisamente, donde el propietario del principal club de la ciudad actúa con un absoluto desprecio hacia la historia de la entidad y también hacia una afición que sigue sintiendo como suyo el juguete de otro. Así se empiezan a explicar algunas de las disfunciones del fútbol actual, incapaz de asumir sus implicaciones morales porque lo empresarial prima sobre lo social y lo afectivo. Basta con escuchar a Hansi Flick al ser cuestionado por la celebración de la jornada mientras los valencianos hacen frente a su desgracia: nada depende ya del ánimo de los protagonistas, los primeros rehenes de un sistema que debe seguir funcionando muy a su pesar.

El derbi barcelonés por excelencia debería ser una fiesta que este año quedará reducida a una simple estadística, a un resultado sin mayor importancia que el reparto de puntos, un amago de normalidad que no deja en buen lugar a casi nadie. Un equipo que esta temporada funcionaba como sinónimo de alegría saltará al campo para cubrir un expediente ante el rival de su ciudad, igualmente incómodo por el trámite, mientras sus aficiones simulan un interés que no es tal a cuenta de lo ocurrido. El fútbol, como la vida, también tiene sus días oscuros, pero a veces cuesta entender este empeño de algunos por apagar voluntariamente su luz.

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