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El escudo del Madrid tatuado

No he tenido el gusto de poder tocar el pecho izquierdo de Nacho, tampoco necesito la prueba empírica, pero sospecho que en su epidermis pectoral, como si fuera braille, se podría leer el escudo del Real Madrid. Vestirlo (y dignificarlo) durante veintidós años algún rastro debe de dejar, digo yo. Sea como fuere, y parafraseando al rojiblanco Rosendo Mercado, hay maneras de vivir, y la de Nacho no es la pasta ni la fama, es el Real Madrid. Por eso siente extraña otra camiseta. En la última jornada de Liga, tras el 1-1 con el Athletic, se tumbó melancólico en el césped del Bernabéu, mirada al cielo, tan pichi, como si fuera la pradera de San Isidro. Sencillamente, es su casa.

En un fútbol con síes interruptus como aquel de Mbappé y salidas abruptas como ahora la de Benzema, Nacho es la única constante en Chamartín. Como Penny para Desmond en Perdidos, el brazalete en el brazo del central es un tótem identitario al que acudir entre el Real Madrid que empieza a irse –el de las últimas cinco Champions– y el que vendrá, el de los Bellingham, Endrick y el plan renove. Canterano, estajanovista (sólo seis lesiones en doce años en el primer equipo) y un nivel que ya sólo sorprende a Klopp, porque de él dan fe tipos tan distintos como Mourinho, Zidane y Ancelotti. Lo tiene todo. Incluso el plus sentimental. Siente que podría jugar y cobrar más en otro sitio, pero el Madrid, para Nacho, es el Madrid...