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El drama ciclista que nunca se acaba

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El último día de noviembre nos encogió el alma con una noticia terrible. Davide Rebellin moría atropellado por un camión en una carretera de su Véneto natal. Es el drama ciclista que nunca se acaba. Un suceso que se repite cada semana en cada rincón del mundo, con ciclistas anónimos, pero salta de tiempo en tiempo a los grandes titulares cuando afecta a un ilustre del pelotón profesional. La muerte de Rebellin nos recuerda, inevitablemente, a la de su compatriota italiano Michele Scarponi, en 2017. O nos evoca los trágicos casos de los hermanos Otxoa, de Antonio Martín, de Víctor Cabedo, de Saúl Morales, de Néstor Mora, de Iñaki Lejarreta… La lista interminable. El ciclista de ruta es el deportista que más se expone en sus entrenamientos, porque coexiste en el mismo espacio con los vehículos de motor. Y la convivencia no es fácil. En España se ha avanzado mucho, con cambios en el código de circulación, con campañas de seguridad vial, con educación… Pero nunca es suficiente. Este mismo año vivimos el indecente suceso de Alejandro Valverde, embestido a propósito por un coche junto a otros miembros de su grupeta. La responsabilidad de los conductores es grande en este tipo de accidentes. Los ciclistas también tienen su parte, claro. Pese a ello, la parte débil siempre es la bicicleta. Conviene tenerlo presente.

La muerte de Rebellin nos ha acercado más a la tragedia de cada día porque era un ciclista muy conocido, que ha estado tres decenios como profesional, por lo que le vimos pasar de generación en generación, de Indurain a Valverde. Oficialmente se retiró hace unos días, con 51 años, tras batir récords de longevidad, con un palmarés de 62 victorias. Para el aficionado queda su gesta de 2004, cuando encadenó la Flecha Valona, la Lieja-Bastoña-Lieja y la Amstel Gold Race. Vivió más de media vida en bicicleta. Y sobre ella murió. Como tantos otros que también generan lágrimas, pero no titulares. No los olvidemos tampoco.