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El banquillo del Real Madrid sigue en buenas manos. Hasta ahora sabíamos que su prestigioso inquilino era el entrenador con más Champions conquistadas (4) y el único capaz de ganar el título de las cinco grandes ligas europeas (Italia, Inglaterra, Alemania, Francia y España). También conocíamos su capacidad para desafiar los tópicos malditos del fútbol, porque en su caso las segundas partes sí han sido buenas. Su gestión en la Decimocuarta, táctica y de vestuario, cabe considerarla digna de una cátedra universitaria. Ancelotti es un entrenador con método, pero no es estricto ni umbilical. Deja fluir el talento de sus jugadores de forma natural, logrando marginar los egos.

Por eso, el nombramiento que ha recibido de la Universidad de Parma como Doctor Honoris Causa me parece tan justo como valorable. Con Carlo confluyen cuestiones que van más allá de lo estrictamente futbolístico. En el italiano se reflejan valores que en el deporte siempre fueron innegociables, aunque por desgracia se han vulnerado un día sí y otro también. El profesor de Reggiolo siempre creyó en la pasión por el trabajo diario como clave del éxito del entrenador. No hay rutina. Cada día en Valdebebas es una aventura. A los jugadores se les gana por seducción, no por imposición...

Me gusta el compromiso emocional que Ancelotti tiene con el Real Madrid. En la ceremonia de Parma dos intérpretes tocaron el himno de la Décima con el arpa. Sonaba a música celestial. Carletto dejó resbalar un par de lágrimas. Él se siente madridista y siempre estará agradecido al club en el que ha engrandecido todavía más su leyenda. Y el Bernabéu lo adora...

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