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El Clásico no respeta rachas

Un Clásico es un Clásico. En fútbol o en baloncesto. No entiende de rachas, ni las respeta. Sólo de rivalidad. El Euroclásico del miércoles volvió a demostrarlo. El Real Madrid llegaba al Palau con el pecho henchido por su autoritaria trayectoria durante la temporada, líder en las dos competiciones, Liga ACB y Euroliga, campeón de la Supercopa, y con un récord intimidante de 33 victorias y 2 derrotas. En los duelos contra su eterno rival también presumía de un pleno: 3-0. El Barcelona, por el contrario, afrontaba el partido con una profunda hemorragia sin visos de remitir: siete derrotas en diez encuentros, las dos últimas por una desventaja de 20 puntos ante el Unicaja y el Mónaco. Con estos datos en la mano, todo apuntaba a un nuevo zarandeo del Madrid. Eso dictaban los antecedentes, pero el deporte, por fortuna, no se guía sólo por las estadísticas, tiene una parte emocional, imprevisible, que lo convierte en maravilloso. Un Clásico es uno de los mejores escenarios para experimentarlo.

El triunfo del Barça llegó desde el corazón, si bien los días anteriores abonó el terreno, principalmente con ese tirón de orejas del responsable de la sección, Juan Carlos Navarro, cocinero antes que fraile, que señaló directamente a los jugadores: “Ha habido actitudes dentro y fuera de la pista que no nos han gustado, que no son dignas de este club”. Ahí se comenzó a ganar el Clásico. Y continuó con la caldera del Palau Blaugrana, que acompañó al equipo en la resurrección. El Barcelona frenó la sangría ante el mejor rival posible para salir de una crisis, pero ahora tiene que gestionar el día después. El Madrid, que este viernes recibe al Efes, debe “olvidar el resultado” y seguir su camino, como ha pedido Chus Mateo. Y el Barça, que hace lo propio ante el Baskonia, debe confirmar esa mejoría o la cosa quedará únicamente en una alegría puntual e intrascendente a largo plazo.