El camaleón se agarra como una lapa
Fue una de esas noches donde el fútbol revela su misteriosa condición. El Manchester City se pareció a la idea que tenemos del Manchester City –altísimo porcentaje de posesión, considerable frecuencia rematadora (33 tiros), asedio alrededor del área grande y no pocas veces de la pequeña, paciencia para coser el juego y encontrar las rendijas defensivas…– y el Real Madrid no se pareció al Real Madrid, excepto por llevar al extremo su conocida capacidad de adaptación a cualquier formato de partido y salir indemne del asunto.
No se recuerda, no al menos en este siglo, a un Madrid más encerrado y sometido a un agobiante ejercicio defensivo. Durante 108 minutos, el enorme margen de tiempo que discurrió entre el gol de Rodrygo y el comienzo de la tanda de penaltis, dedicó un supremo esfuerzo a defender la ventaja y, después del gol de Kevin de Bruyne, a desmontar las incesantes llegadas del City al área.
Se puede hablar entonces de un partido de 12 minutos, el que se disputó hasta que Bellingham, Valverde y Vinicius encontraron un considerable espacio para progresar sin demasiada oposición por la derecha. De aprovechar el centro se encargó Rodrygo, que marcó al segundo intento, después del primer rechace del portero.
Esa jugada se correspondió con el tono inicial del encuentro y con las características de los futbolistas del Madrid que participaron en ella: poderosos, rápidos, astutos y de vocación ofensiva. En una eliminatoria que necesitó de todos los minutos y de los penaltis que la resolvieron, el Madrid hizo un gran trabajo en los primeros 15 minutos de cada partido. Marcó tres de sus cuatro goles en ese trecho. De los 210 minutos que duró la eliminatoria, el Madrid sólo estuvo en desventaja 19 minutos (10 entre el gol inicial de Bernardo Silva en el Bernabéu y el empate de Camavinga, nueve entre el 2-3 y el gol de Valverde que significó el empate final en la ida). Esta secuencia colocó al Manchester City en una situación incómoda. Cuando colocó al Madrid en la obligación de responder, las respuestas fueron rápidas, fulminantes, en el Bernabéu. En el Etihad, el City tardó una hora en igualar el marcador. Se sintió al volante del juego, pero siempre apremiado por el recorrido del resultado. En cualquier caso, confirmó que es un equipazo. En la adversidad jugó con una convicción inalterable en sus principios futbolísticos. Sólo el Manchester City es capaz de hundir al Madrid en el área durante dos horas y someterle a un angustioso ejercicio defensivo.
Si la extrema versión defensiva del Madrid no tiene precedentes, o no se recuerdan en tiempos modernos, su respuesta fue disciplinada, atenta, sin distracciones. Empotrado en su área, un equipo con un amplio abanico de estrellas en el ataque se transformó en el más abnegado y solidario elenco de resistentes, sin alimentar en ningún momento la cara B del fútbol. El Madrid se defendió con limpieza, sin enredos ni malas artes.
Nadie se borró y todos respondieron en el infrecuente trabajo que le tocó realizar a los titulares y a los suplentes que ingresaron en el partido. Empujado por la exquisita pero demoledora maquinaria del City, un equipo hecho de seda y acero, el Madrid se agarró al partido como una lapa. Siempre ha sido un equipo capaz de mudar la piel a conveniencia, de modular su juego según las circunstancias que presidan los partidos, pero en el Etihad llevó esa característica a una versión desconocida, en cierto modo fascinante por insospechada y por el rédito final conseguido.
En ese capítulo, el de su histórica eficacia en la Copa de Europa, no se produjeron novedades. Cómo sea, dónde sea y ante quién sea, el Real Madrid se las arregla como nadie para seguir adelante.