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El bluf que acabó en charlotada

El diccionario de la Real Academia Española recoge como primera acepción de la palabra ‘bluf’ la siguiente definición: “Montaje propagandístico destinado a crear un prestigio que posteriormente se revela falso”. El término se adapta al dedillo a lo que resultó el combate profesional de los pesos pesados entre Mike Tyson, un mito devorado por la evidencia de la edad, y Jake Paul, un youtuber metido a boxeador, treinta años más joven que su ilustre rival. Tampoco hacía falta ser una lumbrera para deducir que la pelea estelar de la velada organizada por Netflix en Texas iba a ser precisamente eso, un montaje mediático diseñado a la perfección para captar adeptos televisivos, con un falso envoltorio de competición y deporte. Un anzuelo fácil de picar, incluso para los que intuían que iban a presenciar una pantomima. El morbo es un cebo irresistible.

El duelo se resume con un dato: Tyson conectó 18 golpes, por los 78 de Paul. El youtuber, simplemente, se apiadó de la leyenda que tenía enfrente, a la que acabó haciendo reverencias. No quiso noquearle porque, total, su superioridad ya había quedado de manifiesto, y el objetivo también estaba cumplido, esos 40 millones de dólares que cada uno se echó al bolsillo. Lo más paradójico del asunto es que el simulacro de combate fue incluido en una velada de verdad, que ofreció uno de los litigios más relevantes del momento, la revancha entre las dos mejores boxeadoras actuales, Katie Taylor contra Amanda Serrano, que acabó con el mismo resultado que su primera cita, con victoria de la irlandesa. Aquí también hubo polémica, pero en este caso hay que asociarla a una discrepancia con el veredicto, la idiosincrasia del deporte. Lo otro, lo que vino después, ni siquiera fue polémico. Fue una charlotada. Y que me perdone Charlot.

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