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El amor roto de Marc Márquez

Va a resultar extraño ver a Marc Márquez vestido con otro mono, a lomos de otra montura. Pero habrá que acostumbrarse, por raro que resulte. Marc argumenta dos razones para justificar su salida de HRC, su hogar en MotoGP durante once laureados años en los que han sumado seis Mundiales, cinco Triples Coronas, 59 victorias, 101 podios y 64 poles. La primera razón es que quiere “volver a ser el mejor piloto del mundo”. Y la segunda, que quiere “disfrutar encima de una moto”. Una cosa no puede llegar sin la otra. Márquez ya no sonreía sobre su Honda, una máquina ingobernable con pocos visos de mejorar en un futuro próximo. Marc probó el modelo de 2024, pero tampoco le gustó. Había que tomar una decisión, en palabras suyas, “la más difícil” de su vida. El español cambia la Honda por una Ducati del equipo satélite de Gresini. En principio, solo por un año, quizá como trampolín a un destino mayor. Atrás queda su idilio con la marca japonesa, con la que había firmado un largo contrato de cuatro temporadas, un compromiso de amor eterno que se ha quebrado antes de tiempo.

Márquez empezó a perder la sonrisa en el aciago 2020. Hasta entonces, el romance marchaba sobre ruedas, en busca del séptimo título en MotoGP que le empatara con Valentino Rossi. Pero aquella grave caída en el debut de Jerez, en plena remontada marca de la casa, comenzó a oscurecer su destino. La fractura en el húmero derecho, las precipitaciones en su regreso, los tratamientos fallidos... Un calvario de lesiones que enlazó con sus problemas de visión doble le sumieron en una intermitencia competitiva. El físico no acompañaba. Y cuando por fin lo hizo, la que no acompañó fue la moto, que empeoró desde la pandemia y se volvió indomable, incluso para el ocho veces campeón mundial, que siempre fue quien mejor la entendió. Marc ya no disfrutaba. Y el amor pasó a ser un recuerdo.

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