El álbum de fotos de la Selva Negra
El proceso. Toda esta locura empezó con el sorteo del pasado 2 de diciembre, que además de obsequiarle a España, número ocho entonces del ranking FIFA, con un sorteo duro que incluía a Italia (10) y Croacia (9), le hizo un guiño en forma de desafío. La Selección debutaría en Berlín el 15 de junio, el escenario de la gran final un mes después. El bombo ya deslizaba una ruta explosiva que ha terminado siendo incluso peor de lo esperado. España se ha dejado por el camino a la anfitriona, Alemania, y al gran ogro, Francia; antes de llegar a los inventores del juego. “¡Del subcampeón no se acuerda nadie!”, les decía Luis a sus jugadores en la piña posterior al entrenamiento previo a la final de 2008 en el Prater de Viena. Pero aunque la cosa fuese mal, recordaríamos este verano. España ha mejorado las expectativas y ha enganchado a un país. Se ha quitado el incómodo polvo de las odiosas comparaciones; y ha emergido fresca y nueva. A las convicciones confirmadas el año pasado en la Nations League, con Simón, Carvajal, Laporte, Rodrigo y Morata como columna vertebral, ha añadido a los chicos tik-tok, de los que tanto se espera hoy; pero por una pura cuestión de ilusión porque ellos ya no están obligados a más. A esta Selección falta añadirle a Gavi, que hoy estará en Berlín. Un fichaje para 2026...
Cábala. España no quiso tocar nada. Repitió logística para el viaje. No se entrenó en el Olympiastadion y se alojará en el mismo hotel que el primer día contra los croatas, cerquita de la Puerta de Brandenburgo. Berlín, ciudad bisagra en la historia, es un escenario irrepetible para convertirse en la mejor selección de Europa de siempre. España conquistaría hoy su cuarto título después de 35 días de concentración en la Selva Negra, que recibió a la Selección con una tormenta de locos; y que la despidió con aroma a talismán. En Der Öschberghof se guardarán todos los secretos de este grupo de amigos. Las firmas de Nacho y Joselu; las negociaciones de Le Normand, Olmo y Nico Williams. Los dolores y las lágrimas de Navas; la pubertad acelerada de Lamine, la locura desatada después del gol de Merino. El espíritu de superación de Laporte. La tristeza de Pedri después del golpe letal de Kroos. Los partidos de golf de Morata con Remiro y Grimaldo mientras decide si merece seguir aquí en medio de la basura de las redes. Y, finalmente, el momento íntimo del entrenador, el otro Luis, De la Fuente. Un hombre religioso al que miramos de reojo cuando llegó porque parecía un apegado, y que ha devuelto la ilusión a un país tan complejo como el nuestro. Gracias por el viaje.
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