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Hay dorsales simbólicos en esta cosa del fútbol. Está el 1, por ejemplo, que excepto en el alfabético caso de Ardiles en el Mundial 82, está siempre reservado para los porteros. Es un número muy apropiado, en el sentido de que la unidad representa también cierto aislamiento. Al fin y al cabo el guardavallas, como escribió Eduardo Galeano, “está condenado a mirar el partido de lejos y, sin moverse de la meta, aguarda a solas, entre los tres palos, su fusilamiento”.

El 9 debería ser siempre para el delantero centro, el goleador, aquel que convierte precisamente en números (goles en el marcador) el trabajo invisible de los demás. El 10, por supuesto, debe ser para el creativo, el hombre o mujer que representa sobre el verde la idea de que en el fútbol, como en cualquier otra faceta de la vida, no todo debe limitarse a la férrea matemática del resultado. Maradona, Pelé, Messi representan esta idea de que el genio, la imaginación y el arte llegan allí donde no lo hacen las ciencias puras. También Zidane, claro, pero al parecer era tan modesto que quiso jugar solo con la mitad de diez en la espalda.

Una tarde de comienzos de esta temporada, mi hijo mayor vino con una sonrisa enorme del entrenamiento con su equipo. Se habían repartido los dorsales y él había conseguido poder lucir durante todo el año el número que ansiaba. Me enseñó el dorsal con el orgullo de quien sabe estar cumpliendo con las expectativas que su padre soñaba para él. Ese número era a mis ojos el mejor de los posibles, el que representa un modo de ser sobre el campo y fuera de él, la idea del compromiso y el sacrificio por encima de todo y de la bondad de espíritu. Se trata, claro, del 18 de Óscar de Marcos, un jugador tan grande que no encuentro elogio suficiente que traer a estas líneas.

Les cuento que De Marcos llevó hace tiempo el 10 en la espalda, pero lo regaló cuando otro gran jugador, Carlos Gurpegui, se retiró dejando libre el 18. En honor a él es que lo viste desde entonces. Gurpe, a su vez, lo recogió de Bittor Alkiza.

Oh, tiene su simbolismo el 18, aunque no solo relacionado con el fútbol. Es el número de la mayoría de edad, de la madurez adquirida, del saber estar y del caminar por la vida sabiendo que uno es responsable de sus actos. Buen número, ¿verdad?