Djokovic cae en barrena
Novak Djokovic se ha visto atrapado por un remolino que le absorbe sin remedio por más que intenta salir. Nole está en una crisis de juego, que también es física, aunque seguramente una cosa ha llevado a la otra, y viceversa. Este martes anunció que se retira de Roland Garros, después de que una resonancia magnética detectara un desgarro en su rodilla derecha. El serbio dice que sus molestias empeoraron por un resbalón en su último partido ante Francisco Cerúndolo, que la pista de la Philippe Chatrier estaba en malas condiciones. Puede ser. Pero no es menos verdad que Djokovic ha enlazado dos partidos a cinco sets, ambos por encima de las cuatro horas y media, el primero de ellos, ante Lorenzo Musetti, resuelto a las 3:07 de la madrugada. Dos choques que, en su condición normal, hubiera resuelto con menores esfuerzos.
Su temporada 2024 está torcida. No ha ganado ni un título y no ha jugado ni una final. Cuando los resultados caen en barrena, todo son problemas. En Ginebra terminó con mareos. En Roma insinuó que le había afectado un botellazo. No digo que sea mentira. Digo que el mundo se ve distorsionado cuando las cosas no salen. La explicación puede ser una edad, los 37 años recién cumplidos, que antes o después tenía que azotar a su cuerpo. Lo raro del relato es que el curso pasado conquistó tres títulos de Grand Slam y disputó la final del único que perdió. O quizá lo raro sea lo de esta campaña. Novak ha gripado, queremos pensar que solo temporalmente, pero su desplome sí anuncia que el cambio de orden está mucho más cerca, o tal vez sea ya definitivo. De entrada, su abandono de Roland Garros tiene dos consecuencias inmediatas: la pérdida del número uno, en favor de Jannik Sinner, y un campeón en París diferente a Djokovic y Rafa Nadal desde que Stan Wawrinka se coronara en 2015. El trono cede.