Cuando llegue septiembre
Septiembre es ciclotímico. Y nosotros, los nostálgicos, aún lo somos más. Uno puede alargar el espíritu de las vacaciones hasta después de San Miguel o sentirse atrapado en un nublado continuo como en la casa de madera en Vermont imaginada por Woody Allen cuando pillaba jaqueca cada vez que salía de Manhattan. Todo a la vez. Este mes es la clara prueba prueba de que maduramos, el eufemismo de que nos hacemos mayores: en esta época del año estamos para que nos vendimien y volver a comenzar. Pero la resistencia a la oscuridad sigue latiendo, y por eso seguimos tratando de exprimir el verano y meneamos el cuerpo siempre que suena “Do You Remember? The 21st Night of September?” de Earth, Wind and Fire.
Ha llegado septiembre y yo me siento aún como Rock Hudson en aquella vieja película con Gina Lollobrigida en la que le habían convertido su villa de veraneo septembrino en Italia en el hotel de los líos. Un poco como Ancelotti sin medio centro. Ausente Kroos, el Real Madrid ha alargado el desorden vacacional.
El otoño futbolístico, que antes llegaba con el inicio de la Liga en septiembre, no llega ahora hasta después del primer parón de selecciones. Después de otro agosto absurdo de fútbol desperdigado, necesitamos un septiembre mental que nos ordene, con el sorteo de la Champions y el cierre del mercado como primeros chaparrones del final del verano. No hay paz hasta que la Champions no echa andar. Todos los partidos bien ubicados, con horarios semejantes y fechas reducidas, primeras tardes de fresco y ganas de refugiarse a ver los partidos en la intimidad del sofá. Orden y concierto al ritmo de los nuevos arreglos del himno de la Champions, que tiene la virtud de cambiar para seguir sonando igual.
El descalzaperros del fútbol veraniego, con sus jornadas desperdigadas, sus cooling breaks, sus fichajes sin acoplar y esa exasperante galbana del que se deja llevar, se alarga. Cuando llegue (mediados de) septiembre nos pondremos a hacer planes. Igual que Ancelotti cuando recupere a Camavinga y Bellingham y su otoñal equilibrio italiano pueda poner orden y finezza (o no) en el hotel de los líos.
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