El Real Madrid ha ganado dos de las últimas cinco Euroligas y en ninguna de ellas era favorito. En 2018 tumbó en la Final Four a los dos grandes del momento, CSKA y Fenerbahçe, después de remontar en cuartos al Panathinaikos. El pasado mes de mayo dobló la apuesta. Partizán, Barça y Olympiacos, en este orden, fueron conscientes de lo que significa enfrentarse al equipo más laureado del continente (11 Copas de Europa ya). Para llegar a esas cifras hay que ser muy bueno durante mucho tiempo, pero también saber jugar tus cartas cuando no te han tocado las mejores. Y en eso el Madrid es el mejor.

A base de ganar, en las buenas y en las malas, se forja el espíritu de un equipo indomable, que se levanta ante las adversidades. Aunque con las victorias también llega la penitencia: todo parece poco. Por eso la derrota por la mínima en la final de 2022 ante el Efes, indiscutible dominador europeo por aquel entonces, dolió tanto. Por eso también se escrutó la labor de Chus Mateo con lupa de aumento durante toda la temporada. Cuando se despejaron todas las dudas con él, cuando Tavares recordó el mérito del técnico justo después de ganar al Olympiacos, a Chus se le escapó una lagrimita. Porque sabía mejor que nadie que en este club sólo vale ganar. Y él había cumplido con su obligación con creces.

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