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Contra el espectáculo

Hace ya unos años que llevo mascullando la teoría de que gran parte de la culpa de la mercantilización del fútbol es debida a la “estetización” del juego. Antaño, el fútbol solo interesaba a quien seguía a un equipo concreto, a quien tenía unos colores. Al hincha no le interesaba el fútbol como deporte, sino el devenir de su propio club. En aquel contexto, la estética quedaba en un segundo plano. Para el hincha lo importante era que su club ganara los partidos de cada domingo y, eventualmente, campeonatos. Sin embargo, con la llegada de las cámaras de televisión a todos los estadios y la retransmisión de cuantos más partidos fuera posible, poco a poco fue creándose una comunidad de telespectadores. Es decir, espectadores distantes, interesados no tanto en el resultado, sino en el juego en sí y en cómo este se desarrollaba. Era un nuevo modelo de público, cada vez más neutral. Y, de alguna manera, fue estableciéndose cierta estética del juego, que primaba sobre el resultado. Ya no importaba tanto cómo quedaba el marcador final, sino que el partido fuera un buen espectáculo, es decir, algo por definición digno de ver.

En ese proceso de cambio del modelo de público, muchos clubes perdieron sus raíces y sus estadios se fueron convirtiendo en templos de peregrinación para nuevos espectadores a los que les interesaba el partido como evento y no necesariamente el destino deportivo del club. En ese movimiento, en los clubes más globales el hincha fue dejando espacio al nuevo espectador, un turista, alguien que pasa por allí temporalmente. La demanda fue creciendo y el precio de las entradas fue subiendo, hasta el punto de desplazar incluso al público local.

Cada vez estoy más convencido de este análisis y, viendo la deriva del fútbol contemporáneo, con la temida Superliga en el horizonte, también de la necesidad de volver al modelo identitario de los clubes, recuperar al hincha local, el sufriente, ese que cuando va al estadio busca darse un baño de comunidad. Claro que el fútbol puede ser bonito. Pero solo es auténtico cuando los goles los celebras con tus correligionarios. No queremos espectáculo. Queremos un nosotros definido.

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