TOMÁS RONCERO

Camavinga, la nueva sonrisa del Bernabéu

Camavinga ha sellado su titularidad demostrándole a su amigo Tchouameni lo que hay que hacer para ganarse esta camiseta. Lo tiene todo.

Eduardo Camavinga, jugador del Real Madrid, en los prolegómenos del Clásico contra el Barcelona jugado en Dallas.
SAM HODDE | AFP
Tomás Roncero
Nació en Villarrubia de los Ojos en 1965. Subdirector de AS, colaborador del Carrusel y El Larguero y tertuliano de El Chiringuito. Cubrió los Juegos de Barcelona 92 y Atlanta 96, y los Mundiales de Italia 90, EE UU 94 y Francia 98. Autor de cuatro libros: Quinta del Buitre, El Gran Partido, Hala Madrid y Eso no estaba en mi libro del Real Madrid.
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En la segunda parte se vio Camavinga acorralado junto a la línea de banda. De pronto improvisó una maniobra para salir de la presión de Fran Pérez con un caño académico, que acompañó con una arrancada imperial (muy del estilo de las que hacía el alemán Uli Stielike en su majestuosa etapa de blanco) y una conducción eludiendo rivales que puso al Bernabéu en éxtasis. Los 72.000 madridistas se entregaron definitivamente a Eduardo, este chaval nacido hace 21 años en Cabinda, territorio francoangoleño. Sus trenzas inconfundibles acompañan esas subidas al ataque tan plásticas, con esa zurda de seda que lo ha situado en la pasarela de los futbolistas ‘top’.

Camavinga ha sellado su titularidad demostrándole a su amigo Tchouameni lo que hay que hacer para ganarse esta camiseta: calidad, compromiso, intensidad, firmeza, decisión, autoridad, valentía y carisma. Lo tiene todo. Incluida una sonrisa diáfana que contagia a sus compañeros y a la grada, que ya le adora como si fuese un beatle más. La gente se ha enganchado con estos jóvenes sanamente incorrectos, que se han puesto el mundo por montera hasta adueñarse de esa presión que en este club se ha llevado a tantos y tantos futbolistas por delante.

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El Bernabéu se ha enamorado de Camavinga, de Bellingham, de Vini, de Rodrygo, de Valverde... Por supuesto, Courtois, Carvajal, Nacho, Kroos o Modric seguirán en el santoral eterno del madridismo militante. Pero la sonrisa de Camavinga, elevada a los altares de La Castellana en la fiebre del sábado noche, refleja un cambio generacional que este chico representa como nadie. Su felicidad es nuestra felicidad.

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