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Cádiz en el Mundial de los porteros

Las lágrimas de Cristiano. Antes de querer abolirla, Benjamin Franklin se había comprometido con la esclavitud; Einstein no sabía trabajar en equipo y Da Vinci era inconstante, abandonaba cientos de proyectos a la mitad. “Sólo los grandes hombres pueden tener grandes defectos”, escribió el aristócrata parisino François de La Rochefoucauld. Sin cometer el pecado de compararle con personajes que sirvieron de motor de progreso para toda la humanidad... ¿Qué tiene de raro que se resista a envejecer un futbolista que ganó cinco Balones de Oro, que posee el récord de goles en Champions y en selecciones y al que se ha tratado de dios en Portugal, el Real Madrid y el Manchester United? ¿Cómo no entender cierto narcisismo en Cristiano Ronaldo? Sin esa personalidad, muy posiblemente, no habríamos disfrutado de tan tremendo jugador. Sus lágrimas merecen conmover, como último testimonio del ídolo que se resistió siempre a la caída.

Gracias, Rafael. Cuando el balón está rodando se perdona mucho más al delantero que falla un gol que al guardameta que duda una milésima de segundo y no lo detiene. Pero los penaltis le dan la vuelta a esta ley del fútbol. Desde los 11 metros, el que dispara siempre tiene mucho más que perder. Bono, Livakovic, Dibu Martínez... Más allá de la epopeya que Messi se empeña en escribir o de los goles de un nuevo elegido, Mbappé, el de Qatar va camino de convertirse en el Mundial de los cancerberos. Y todo, gracias a esas tandas que Rafael Ballester, directivo del Cádiz, inventó en 1962 para desempatar un Trofeo Carranza. En la tierra del Carnaval, del humor que desenmascara a los poderosos y de las máscaras que dan voz a los más débiles, nació el mejor altavoz para ese solitario e incomprendido ser que llaman portero.

Cercanía y trincheras. No encontrarán aquí corporativismo con quién quiso convertir su odio hacia Luis Enrique en una pretendida defensa de la Selección. En el nombre de esa guerra se han cometido sacrilegios imperdonables que dejan el periodismo a la altura del betún. Eso sí: el asturiano nunca puso de su parte, porque no es un hombre al que le guste el diálogo. Ni en el fútbol ni con los medios ni, no se engañen haters: tampoco en el Streaming. Las redes crean una ilusión de fingida cercanía. Ahí, en Twitch, se responde a quién y lo que a uno le dé la real gana. Es una herramienta más distante, incluso, que cualquier conferencia de Prensa: de ésas en las que el ya exseleccionador despachaba las preguntas incómodas con un puntapié.