Braithwaite no ilusiona a nadie
Por culpa de Martin Braithwaite escribo estas líneas. Le preguntan si iría a la convocatoria con Dinamarca mientras el Espanyol juega unos hipotéticos playoffs de ascenso y responde: “No entiendo esto que estás hablando porque estas cosas no existen en mi cabeza. Vamos a ascender directos y nada más”. Lo he visto por Instagram, ni si quiera he visto la rueda de prensa. ¿Para qué voy a perder el tiempo? Hace días, semanas, que no queda ilusión alguna. Bueno, que no quedaba.
Envío la publicación a un grupo de amigos pericos. Todos están en Barcelona, todos saben de fútbol más que yo (en realidad, esto es falso). Les digo que por fin (en mayúsculas) un jugador dice una locura. Hasta ahora sólo he escuchado frases huecas, vacías, de jugadores que quieren “cumplir objetivos” o “seguir remando”. Frases que cansan. Y de pronto aparece Braithwaite y dice: “Vamos a ascender directos y nada más”. En el grupo, uno de mis amigos (el que más sabe de fútbol, eso lo reconozco), me responde: “Nada. Típica rueda de prensa que no dice nada y que sirve para ilusionar… ¿a quién?”. Pues a mí. A mí. “Tú no vales”, responde, “que estás fuera”.
Y en eso tiene razón. Estoy lejos. Veo el fútbol solo. Con un minuto o dos de diferido. Con anuncios que me saltan. Con mi padre aguantándose enviarme un mensaje por si aún no he visto la jugada. Por la distancia no hablo mucho con él. Excepto cuando juega el Espanyol. Ese es nuestro momento. Y sin embargo los mensajes cada vez son menos. Y cada vez son más pesimistas. “Es desesperante”, repetimos. Las llamadas postpartido, en vez de ser de 10 minutos, ahora lo son de 2. Donde estoy hace calor. Me pongo mi camiseta blanquiazul. Es de manga larga. Me da igual. Ver el devenir del Espanyol en soledad y desde la distancia quizá es la única forma de seguir ilusionándose.
El otro día mi sobrina fue por primera vez al estadio. Al acabar el partido le pregunté a mi hermana qué tal la experiencia. Me dijo que fatal. Dos energúmenos, completamente fuera de sí en los minutos finales, la hicieron llorar. Pasó miedo y le dijo a su madre que nunca más volvería al estadio. Eso me dolió. Me dolió muchísimo. El Espanyol hace años que naufraga, deportiva, institucional pero también (y poco se habla) socialmente. Los pericos somos aguerridos y apasionados, pero a veces tengo la sensación de que nos estamos convirtiendo en meros tóxicos. No nos culpo. Tan sólo me da pena.
Pero ahora aparece Braithwaite y dice una locura. Braithwaite, el díscolo, el que en verano nos hizo una de las plantadas más feas, un tipo extraño, indescifrable, que con la tontería lleva 20 goles y es el que más cree en el ascenso directo. Si el fútbol a veces parece guionizado, esta trama es perfecta. Y esta locura a mí me ha recordado a la de De la Peña en 2009, cuando todos nos daban por descendidos y él dijo que nos íbamos a salvar. Y por culpa de Braithwaite, después de años sin escribir sobre el Espanyol, he sentido la pulsión, a miles de kilómetros de distancia, de teclear esto y enviarlo. Porque si no lo hago, reviento. Porque me gustaría que los que están en Barcelona y alrededores creyesen en lo imposible. Porque quiero que mi sobrina vuelva al estadio, en Primera. Y porque quiero que las llamadas con mi padre duren 20 minutos.