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Armagedón en un vaso de agua

Perdió y jugó por debajo de sus posibilidades en Leizpig. Courtois declaró que el equipo había empezado dormido (“como otras veces”, recalcó) y Ancelotti dijo que no tenía nada que reprochar a un equipo que había funcionado como la seda hasta ahora. En cuanto a las declaraciones del portero, añadió: “Cada uno tiene su opinión”. Bien miradas, las tres respuestas eran ciertas, pero en el Real Madrid basta una derrota para que se anuncie el Armagedón. Cosas del fútbol, o de un club que convive muy mal con el fastidio. La historia le obliga.

El resultado no altera un milímetro el recorrido del Madrid, aunque le recuerda su condición humana. El RB Leipzig es un proyecto de potente equipo que todavía no ha alcanzado la cota que pretende. Le mueve el dinero de Red Bull, que sabe cómo hacer las cosas en el deporte. Donde invierte suele alcanzar sus objetivos. En la Fórmula 1, motociclismo y en deportes novedosos, muy apreciados por los jóvenes, la marca llegó no para figurar, sino para establecerse. En el fútbol, también.

Salzburgo y Leipzig, dos ciudades que pintaban poco o nada en el panorama futbolístico, disponen de dos equipos en la Liga de Campeones, con cualidades que indican la profundidad del proyecto matriz, caracterizado por su excelente ojo en el mercado juvenil y unas inversiones prudentes, pero de enorme rendimiento económico. Un tal Haaland, entre otros, pasó por la factoría Red Bull, antes de dirigirse a Dortmund y Mánchester.

Lo mismo ocurrirá con dos jugadores al menos: el croata Gvardiol y el francés Nkunku, destinados a engordar la caja del RB Leipzig, que continuará con su doble crecimiento, económico y deportivo. Los dos brillaron en el partido con el Madrid. Aprovecharon la mejor ocasión que procura el fútbol para exhibir el talento.

Nkunku venía avisando desde hace tiempo. Gvardiol, que se instaló en la selección croata con 18 años, dio una impresión magnífica en el partido: zurdo, excelente planta, rápido, seguro con la pelota, fenomenal pasador y más que inteligente en sus decisiones. Quien les quiera fichar (pocos y ricos, por supuesto) tendrán que poner unos cuantos ceros en el cheque.

El Madrid entró blando en el partido y lo pagó. Clasificado para los octavos y el primer puesto a un milímetro (le visita el descolgado Celtic en la última jornada), no fue un chorro de energía. Cuando la recobró era bastante tarde, había recibido dos goles y ya estaba enterado de las cualidades de su rival.

La primera media hora del RB Leipzig fue primorosa, un ejemplo de máxima precisión a gran velocidad, con el sistema perfectamente estructurado y las ideas muy claras. Salía con la pelota con limpieza y jerarquía. Por si acaso, no olvidó los deberes con el balón parado. Marcó dos goles y amenazó con otro par de ellos. Ancelotti hizo hincapié en este asunto después del encuentro. Quedó claro que le molestaron esas distracciones.

Dos jugadores marcaron la recuperación del Madrid, que nunca fue total. En el mejor de los casos, pasó de un estado grave a otro de optimista convaleciente. De nuevo se enganchó a Vinicius. Sin completar, ni mucho menos, una actuación deslumbrante, el delantero brasileño llevó al equipo al borde del empate. Marcó un gol, perdió por centímetros la oportunidades del empate en una jugada brillante y transmitió liderazgo.

Del Vinicius bajo sospecha se ha pasado en dos temporadas a este Vinicius irresistible, dueño de una confianza insospechada. El Madrid se agarró a él, que no encontró mucha colaboración alrededor, excepto la de Rodrygo, menos expresivo, pero brillante en varias de sus acciones.

Faltó armonía y arquitectura detrás de los dos brasileños. Fue una mala noche para algunos aspirantes a la titularidad. Ninguno decepcionó más que Eduardo Camavinga, que funcionó como un verso suelto. En Leipzig no escribió una rima potable.