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Anatomía de un instante

No sé cuántas veces he podido ver ya el vídeo del último minuto de Mestalla. Lo voy parando, fotograma a fotograma, intentando dilucidar qué pudo pasar. Intentando abstraerme de teorías conspirativas. Intentando llegar al fondo del asunto, a la verdad. Y por más que busco respuestas solo soy capaz de murmurar: ¿por qué?, ¿por qué? (leer con voz de José Mourinho). No logro salir de este bucle. Parezco un detective empeñado en zanjar un caso imposible de resolver, pidiendo comida china a domicilio y bebiendo café recalentado, mientras va repasando meticulosamente, una y otra vez, las cintas de todas las cámaras de seguridad, escribiendo la cronografía de los hechos, segundo a segundo, en una pizarra llena de cuerdas rojas que conducen todas a Negreira, los Illuminati y Mr. Tartaria. ¿Cómo pudo suceder? ¿En qué momento exacto sonó el silbato? ¿Por qué expulsan a Bellingham? ¿Brahim es zurdo o diestro?

Cuanto más lo veo, menos lo entiendo. Y cuanto menos lo entiendo, paradójicamente, más llego a comprender a Gil Manzano. Al final y al cabo, ¿cuántos de nosotros no hemos sabido parar algo en el momento adecuado? ¿Quién no se ha levantado alguna mañana pensando: “anoche no debí pedir ese tercer martini”? ¿Cuántos de nosotros hemos alargado innecesariamente algo que pedía a gritos dar al ‘stop’? No hay una razón científica que explique esa insólita dejadez del árbitro. Puede que fuera procrastinación, algo de coquetería, vagancia, falta de reflejos o unas masoquistas ganas de complicarse la vida. O puede que todas las anteriores respuestas sean correctas. Pero, de algún modo, siento que eso pudo pasarme a mí. A lo mejor también es que he visto demasiadas veces el vídeo y ya empiezo a tener síndrome de Estocolmo.

En Anatomía de un instante, Javier Cercas va relatando de manera pormenorizada los distintos puntos de vista de todas las personas implicadas, de un modo u otro, en el momento en el que Adolfo Suárez permaneció sentado en su escaño el 23-F. Todo lo que condujo a ese instante. Se podría escribir otra novela de 600 páginas relatando, segundo a segundo, todo lo ocurrido durante el descuento de Mestalla, sus causas y consecuencias. Y muchos misterios quedarían sin respuesta.

Lo que resulta alarmante es que, con muchos más árbitros, mucha más tecnología y mucha más gente cobrando, en la misma semana se haya tenido que decidir a ojo de buen cubero el finalista de Copa (por no haber tecnología para los goles fantasma) y que se haya producido semejante sainete en Mestalla. Nos merecemos algo mejor. Aquí sí que no hay mucho misterio.

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