Amor eterno al Sankt Pauli moderno
Siempre me ha caído simpático el Sankt Pauli, pero es desde que tuve la oportunidad de ver un partido en las gradas del Millerntor que sigo al club con toda la intensidad que la distancia me permite. Fue el primer partido con público en la grada tras la pandemia, el día de la reapertura de los estadios en la Bundesliga. Durante la mañana, mi amigo Iker y yo nos mezclamos con los hinchas locales. Estos nos recibieron con el orgullo y el cariño de quien se siente embajador de su propio equipo. Al saber que éramos vascos, nos dieron la bienvenida en euskera. Cuando les enseñamos que bajo nuestras sudaderas vestíamos con su camiseta, explotaron en vítores y nos invitaron a cerveza. Fuimos al campo con mucho tiempo de antelación. De camino, un joven que conducía un buen coche y lucía un corte de pelo con un pequeño moño, nos cedió el paso, saludándonos con una pequeña reverencia y una enorme sonrisa.
En el estadio solo estaba permitido un pequeño porcentaje del aforo y los hinchas debían de guardar distancia de seguridad. Así, fueron formando en las gradas a un metro y medio unos de otros. Yo pensé que en cuanto rodara el balón se juntarían, y así lo dije en alto, pero nuestro anfitrión, un hincha local, nos señaló que no y nos habló del sentido de la responsabilidad de los fanáticos del club. Antes de rodar el balón, se guardó un minuto de silencio por las víctimas de la pandemia y Esther Bejarano, música, activista y una de las últimas supervivientes de Auschwitz.
Después, cuando el Sankt Pauli marcó el 1-0, mientras en la megafonía sonaba Song Number 2 de Blur, mi amigo Iker y yo nos dimos cuenta de que el autor del gol era ese chico que nos había cedido el paso con gesto amable. Se llamaba Leart Paqarada y hoy es el capitán del equipo.
Ayer el Sankt Pauli perdió 4-3 ante el Hamburgo en el derbi de la ciudad y el ascenso a la Bundesliga parece ya casi imposible. Es una pena, pero en realidad no es lo más importante. Algunos clubes son como la casa en los juegos de azar, siempre ganan. Es porque lo que se juegan no es el resultado de un partido de fútbol, ni siquiera de un campeonato, ni desde luego un balance anual económico, sino un sentido de comunidad, una red de lazos invisibles que une a todas aquellas personas que se sienten parte del club. Por eso: ¡aúpa Sankt Pauli, siempre!