30 años del Mundial de USA 94

Tenía 12 años cuando viví mi primer Mundial. De Italia 90 apenas recuerdo de refilón la falta de Stojkovic y en Francia 98 ya era un adolescente despistado. El Mundial de EE UU de 1994 lo viví con devoción. Los cromos de los estadios (uno de ellos cubierto), los nombres en las camisetas y la resurrección heroica de Maradona antes de que le cortaran las piernas. Yo también rabié con la nariz ensangrentada de Luis Enrique y me dio mucha pena que a Julio Salinas le cantaran que por su culpa nos fuimos del Mundial. Era demasiado joven para enredarme con las técnicas mediáticas de Clemente y suficientemente mayor como para distinguir el talento de los futbolistas.

Un par de temporadas después ya estaba envenenado. Clemente me parecía un villano insoportable, un tipo obsesionado con mantener su trinchera y la Selección me dejó de interesar. Pero en aquel Mundial era fan del equipo, sentía que me representaba y que si España ganaba a Alemania es que España era mejor país que Alemania. Cuando Goicoetxea metió ese centro me pasé una semana ensayando su rosca. Era inocente y era feliz. Envidio a mis amigos cuarentones que conservan esa pasión por los Mundiales y Eurocopas. Algunos de ellos defienden que la España de Clemente era un equipazo. No se acuerdan de Alkorta y Nadal en el centro del campo. El que no se ha olvidado es el propio Clemente, que cuando atiende a periodistas nostálgicos se ríe de sus alineaciones ultras. En la nueva edición de Líbero, dedicada a ese Mundial, dice que Salinas remató bien. En la página siguiente habla el portero de Italia, Gianluca Pagliuca, que defiende lo contrario: “Tenía toda la portería para él”.

La Selección se fue de mi corazón y la afición se quedó, ya solo en forma madridista. También pervive el amor por el juego. Todo empezó con Hagi, Brolin, Valderrama, Caniggia o Baggio. Desde entonces me paso estos torneos mendigando por carisma. EE UU 94 fue el último de los viejos mundiales y el primero del fútbol moderno. Todo lo que vino después ya se parece demasiado.

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