El triste final de Messi

Como otras veces incluso más dramáticas, Sevilla volvió a ser maldita para el Barça. Esta Supercopa tenía mucho más valor que el título en sí para el club. Significaba quitarse la cara de perdedor que hace años se le ha puesto a un equipo que necesitaba una inyección de autoestima, pero que otra vez fue víctima de sus miedos y de su candidez, que pese a jugar un partido mediocre se adelantó dos veces en el marcador y no lo supo proteger. Ni antes del descanso ni antes de final. Una falta de experiencia en los jóvenes y de espíritu en sus vacas sagradas. Un equipo sin un Puyol, ni un Xavi, ni un Iniesta. Sin un corazón ganador.

Físicamente, un título de Supercopa no es demasiado en un palmarés tan laureado como el del Barça. Pero esta vez lo necesitaba para subir la moral de la tropa, para no volver a imágenes casi en blanco y negro. El Barça perdedor. Sin embargo, lo peor del partido estaba por venir al final. Messi, que había ilusionado a la afición con dos grandes partidos contra Arthletic y Granada, ensució su imagen con un final lamentable. Messi volvió a caer en su trampa. Pensó más en él que en el equipo. No decidió la final y, sobre todo, no arrimó el hombro para cerrar la primera parte y el partido después del 2-1. Para eso también están los líderes. La expulsión le deja muy mal, pero eso es pura impotencia. Su partido fue peor. Habrá que ver si le quedan arrestos para levantar a este Barça, porque esa es la tarea de un capitán. Y a todo esto, Zorionak Athletic. Ha jugado una Supercopa heroica.