El indeseable récord de Tokio

El 1 de enero de 2021 ha comenzado en el deporte con un deseo idéntico al de 2020, con un “¡Feliz Año Olímpico!” que, sin embargo, esta vez se pronuncia con la boca más pequeña, con la lección de la prudencia aprendida por el cruel golpeo de la pandemia. El regreso de las más variopintas competiciones, aunque se disputen sin público presencial, abrió una ventana de esperanza para los Juegos. Nadie en el entorno del COI, ni en las federaciones internacionales, quiere pensar en un nuevo aplazamiento, que seguramente supondría la cancelación definitiva. La anterior mudanza ya ha supuesto para los organizadores un incremento presupuestario del 21%, unos 2.300 millones de euros más, que en su mayoría procederán de las arcas públicas, lo que asimismo ha provocado un cierto rechazo de la población japonesa, que centra sus prioridades en otros problemas sociales provocados por el acechante virus.

El primer ministro nipón, Yoshihide Suga, ha replicado en su mensaje de Año Nuevo que los Juegos Olímpicos y Paralímpicos se celebrarán y serán “seguros”. Ese afán del Gobierno de Japón, y del universo global del deporte, choca con los escalofriantes últimos datos emitidos sobre contagios. Tokio despidió el maldito 2020 con un indeseable récord, al superar por primera vez el jueves la barrera del millar de afectados, con un total de 1.337. Unos números que no invitan al optimismo, hay que ser realistas, en un país que cerró sus fronteras el pasado 28 de diciembre. La tercera ola está desbordando las previsiones. Al otro lado de la balanza está la esperanza de inmunidad que ha generado la recién estrenada vacuna, que aún faltan cerca de siete meses para el evento… y, por supuesto, la fuerza demostrada hasta ahora por el deporte, que no se va a rendir y que no se resiste a gritar de nuevo: “¡Feliz Año Olímpico!”. Aunque suene más bajito.