El club de la (tragi) comedia

Con el 0-2, Víctor Sánchez, suplente, se subió la mascarilla y se tapó los ojos. En ese momento no ver lo que estaba sucediendo en el verde era lo más saludable, en el enésimo esperpento del Espanyol en una temporada para olvidar. Desde sus casas, asumido ya el descenso, el aficionado seguro que no supo si reir o llorar cuando vio que en apenas 12 minutos los blanquiazules cometían dos penaltis por mano. Ambos, además, clarísimos, absurdos, de patio de colegio más que de Primera. Un reflejo de lo que ha sido este curso para los pericos, un sinsentido, el mayor de su historia, una tragicomedia difícil de digerir.

Porque la línea que separa la lágrima de la carcajada es tan fina como el papel de fumar, y el perico se ha acostumbrado ya al sarcasmo que transmite su club. Ver los partidos es como empezar a visualizar una película que te resulta un bodrio pero no puedes moverte del asiento hasta que finalice. Un ejercicio de masoquismo. Es difícil que este trance no pase factura a Rufete, con un equipo que no reacciona, que involuciona, que se ahoga en su vómito y que cada día, en cada sesión, escucha al entrenador que es quien le debe motivar para el proyecto del curso próximo. O la limpieza es profunda o la voz no será válida. En momentos tan deprimentes, la mejor terapia es cambiar de vida y enterrar el pasado.