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Han sido tres meses. Largos, muy largos. Y tremendamente duros, difíciles de asumir en un mundo que creíamos tan controlado y tan previsible. No estábamos diseñados para algo tan cruel. Ni en el peor de los guiones hubiésemos imaginado vivir un trance tan terrible. Se han ido muchos de los nuestros, seres queridos, de la familia o simplemente buenos amigos. Y también varios de los jugadores que marcaron nuestra infancia. Yo crecí con los primeros cruces de Goyo Benito en el área, siempre bien escoltado por Pirri, o con las incursiones por la banda de Ico Aguilar. O con Lorenzo Sanz levantando la soñada Séptima después de 32 años de sequía. O con José Luis Capón, defensa del Atleti que siempre nos plantaba cara en mis primeros derbis, o mi colega de profesión Chema Candela, un trozo de pan.

Deporte, te amo

Se fueron y con ellos se paró todo y nos quedamos en casa. Era nuestra única manera de plantarle cara al maldito virus. Y el deporte también se refugió en casa. Se paró de golpe. Nos quedamos sin deporte, el deleite de muchos, el refugio de casi todos. El deporte es la pasión que nos une, dejando a un lado gustos políticos o personales. Quién no disfruta con un triunfo épico de nuestro Rafa Nadal en Roland Garros, o cuando Carolina Marín o Mireia Belmonte levantan sus medallas en las citas olímpicas con el himno de España de fondo, o cuando Carlos Sainz se rebela contra el paso del tiempo y gana los Dakar como si fuera un piloto que está empezando. O como los chicos del basket nos siguen emocionando con una generación irrepetible. O ese astronauta llamado Marc Márquez que cada año demuestra que el afán de superación no tiene límites… Y, por supuesto, el fútbol. Aún recuerdo ese 1 de marzo con el Bernabéu lleno a reventar celebrando el triunfo en el Clásico con los goles de mi Vinicius y de Mariano. O incluso la remontada heroica del Atleti en Anfield, que me hizo cantar los goles de Marcos Llorente y Morata como si fuesen de mi equipo. Es la magia del fútbol. Un mundo feliz en el que el deporte es una vía de escape impagable.

El deporte viaja en una autovía donde no hace falta que intervengan nuestros admirados sanitarios. El deporte es una escuela de valores para los críos y un coloso en el que se asientan miles de vidas ejemplares que encuentran allí un reducto para dignificar sus existencias. Por todo eso y por encima de los resultados, AMO EL DEPORTE. Ha vuelto, se acabaron las transmisiones vintage por televisión. Se acabó la espera. Dejemos el miedo y la nostalgia en el desván. El deporte es nuestro rayo de esperanza para soñar con un mundo mejor. Bendito seas.