Ni un ciclista más asesinado en las carreteras de nuestro país
Es totalmente inadmisible que, a estas alturas, un padre o madre de familia salga en bici a la carretera sin saber si regresará a casa con los suyos
Esta vez toca ponerse serios. Porque esto es completamente inadmisible. La oleada de atropellos mortales a ciclistas –o lo que es lo mismo, homicidios- no es propia de un país como el nuestro y tiene que parar ya. Inmediatamente. Y quienes toman decisiones en ámbitos legales tendrán que hacer lo que sea necesario para proteger la vida de las personas, de los ciudadanos, que utilizan la bicicleta.
Además, aquí no hay lugar para las medias tintas, los peros ni mucho menos para argumentar que hay imprudencias entre los usuarios de la bici. Yo mismo he denunciado eso en este espacio, pero ahora mismo es momento de remar todos en una dirección. Es terrible salir a hacer ejercicio sin saber si vas a volver a casa, y lo peor es que esa sensación está cada vez más extendida entre el colectivo ciclista.
El pasado jueves, un matrimonio y su hijo que hacían en bici el Camino de Santiago fueron arrollados por un conductor bebido al volante. Los padres murieron y el hijo se queda huérfano con toda la vida por delante. El del coche multiplicaba por cinco la tasa de alcohol permitida. Una catástrofe. Tal vez me estoy poniendo sensacionalista de más, pero ahora mismo sólo me sale decir que a eso no hay derecho, ni tampoco tiene réplica posible. Por si fuera poco, ni nos habíamos repuesto de aquella tragedia cuando 48 horas más tarde, en Algete (Madrid) otro tipo que multiplicaba la tasa de alcohol permitida mató a otro ciclista.
Pero es que pocos días antes, en El Ejido, un hombre de 40 años fue atropellado… ¡dos veces! El primer conductor que lo pilló se dio a la fuga y lo dejó allí tirado. Un segundo coche que le pasó por encima sí que paró y llamó a los servicios médicos, que no pudieron hacer nada por él. Siempre he dicho que esto es cuestión de convivencia y respeto, pero las cosas están llegando ya demasiado lejos.
La iniciativa #porunaleyjusta de Anna González, viuda de un ciclista al que mataron en la carretera, ha removido mucho. Ha llegado muy lejos -hasta el Congreso de los Diputados-, objetivamente hablando, con el objetivo de que matar al volante no salga tan barato. Pero no se acaban de dar los pasos definitivos y, mientras nadie va a poder devolver a sus familias a los atropellados, los autores de estas tragedias salen en libertad provisional hasta que llega el juicio –algunos han llegado a cometer el atropello pese a tener retirado el permiso de conducir- y afrontan penas incomprensiblemente bajas para el delito del que hablamos.
¿Puede que la única solución sea poner penas más duras? No lo sé. Sinceramente, no lo creo, aunque no me parece en absoluto mal que quien cometa estas barbaridades pague un precio más alto que el actual. Pero si esto no se acompaña con educación, concienciación y empatía, mal vamos. Es importante y prioritario que la gente que se suba a un coche entienda que el ciclista es una persona y tiene una familia esperando en casa. Aquí, lo dije antes, no valen peros ni contestaciones. En esto nos jugamos la vida.