La magistral gestión de Ernesto Valverde

No hay peor aficionado (del Barça, del Madrid, de cualquier club) que aquel cuyo equipo va perdiendo. Deja de ir al campo, arremete contra los nombres y las tácticas y, sobre todo, destituye al entrenador en las tertulias de los bares. Al Barça le pasa eso varias veces al año: aficionados que en épocas pletóricas le juran amor eterno al club desatan sus furias en cuanto el equipo flaquea. Pasó al principio de este curso, otra vez, cuando el Madrid lo apeó de todas sus ilusiones y el equipo, de Messi abajo, mostró costuras preocupantes de desánimo, de una palidez que luego se vio también en Roma. Pero de aquella derrota, real y anímica, ante el rival más visible se levantó el Barça. Sin hacer aspavientos, comenzó a ganar partidos, algunos de ellos asequibles pero otros que nadie había adivinado después del baño madridista en casa y fuera de casa. El equipo alcanzó un sosiego que parecía imposible semanas antes y la cuesta se siguió subiendo con parsimonia, genio y esperanza. Hubo algunos incidentes de recorrido, en forma de empates o sustos, pero de esas reincidencias en la melancolía competitiva se levantó el equipo gracias a un tono vital que fue cada vez más el del entrenador, Ernesto Valverde. Esa manera de ser fue contagiosa, la asumió la directiva, lo cual no es fácil, pues la directiva es el peor aficionado, deja al equipo en cuanto éste da un traspié, pone caras largas, acosa al entrenador, busca culpables, y la asumió sobre todo el equipo.

En este curso Valverde ha dado una lección emocionante en el fútbol: jamás interfirió en las diferencias que Messi o Iniesta tuvieron con la directiva, nunca se dejó vencer por las excrecencias anímicas que dejó el caso Neymar en el club, en el equipo y en la afición, y mantuvo la solidez de una estrategia, la del sentido común, con la que el Barça terminó venciendo sus propios demonios, haciendo un fútbol eficaz y a ratos francamente bello. En ningún momento puso en peligro el trono de Messi, pero hizo que el equipo supiera quién era clave en el conjunto, y fue capaz de rescatar a Iniesta de ese ostracismo parcial al que lo sometió, quizá para ayudarle, Luis Enrique. El resultado ha sido éste: el equipo ha ganado, casi sin heridas, LaLiga, lo cual avala la madurez de su continuidad, y la Copa, que es una competición estimulante y también revuelta.

Ahora el Barça de Messi y (ay, se va) de Iniesta se parece también a Ernesto Valverde, y ese es un valor que él se ha ganado. En su lenguaje, en su modo de ser, en su psicología, hay algo que es nuevo en el Barça: no hace falta gritar, pregonar pasiones, deprimirse, sobreactuar, para hacer que el equipo funcione. Los aficionados deben aprender de Valverde. Y la directiva y el equipo. Enhorabuena, artista.