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JAVIER MARTÍN

El universo paralelo de Butarque

El grande sometiendo al pequeño por pura pegada. Al menos durante 90 minutos, moló ver al Leganés sumido en otra realidad. Haciendo pequeño al gigante.

Parecía Butarque. El de siempre. Nada extraño se intuía desde fuera. El mismo césped. Las mismas gradas. Las mismas porterías. Pero no. Contra el Barça, se vivió un fenómeno inusual. Quizá un agujero negro. Otra dimensión. Algo succionó el Butarque de verdad para trasladar el partido a un universo paralelo. Aquí los culés no dominaban. Eran sometidos. Sufrían, no disfrutaban. Temían, no atemorizaban. Tampoco el Leganés era el Leganés de siempre. Que va. En este mundo alternativo, los pepineros era gigantes. Lo controlaban todo. Físico y táctica. Ataque y defensa.

Los ojos del público enrojecían. Tanto frotárselos para comprobar esta atípica realidad provocó escozor en la piel y placer en el alma de una parroquia blanquiazul excitada. Ansiosa. Lo que veían era un producto gourmet. Amrabat haciendo enano a Piqué. Szymanowski haciendo exudar hasta la extenuación a Semedo. Rakitic y Busquets perdiendo balones tontos ante la presión de Eraso y Gabriel o Ter Stegen, apurado, sacando ocasiones clarísimas. Goles cantados.

¿Y Messi? Ésa fue la mejor. Messi apenas existió. Su piel se mimetizó con la camiseta del 21 morado (del Lega, vaya) y bajo el nombre de Rubén Pérez dominó la medular mientras el que decía ser Messi de verdad, el de verde (el del Barça, vaya) perseguía a ese dichoso 21 que tanto le desesperaba. Que tanto se parecía a la versión dominatodo de ‘La Pulga’. Hasta le hizo una falta que rozó la amarilla. De locos.

No. Butarque no había sido engullido por ningún agujero de gusano. Seguía donde siempre. Lo comprobamos cuando dos errores mataron al Leganés y Suárez, que hasta entonces en Liga sí que había mutado a una versión alternativa, fallona y desesperada, volvió al modo depredador de siempre y mató las esperanzas madrileñas en dos mordiscos que festejó con ansia asesina. El gol de Paulinho ya fue atrezzo. Lo de siempre, vaya. El grande sometiendo al pequeño por pura pegada. Al menos durante 90 minutos, moló ver al Leganés sumido en otra realidad. Haciendo pequeño al gigante. Disfrutando, ante el Barça, en el universo paralelo de Butarque.