La picadora de carne (Cuarta parte: las grande estrellas)

Mariano Tovar


He visto que estáis aprovechando los artículos anteriores para hacer vuestro ranking de quarterbacks en 2014. Y creo que me voy a apuntar. El artículo de hoy completa la serie de ‘La picadora de carne’, pero su epílogo será mi ranking de quarterbacks en 2014. Hace un par de años ya hice uno y dio bastante juego. Y ya puestos, continuaré con el de corredores y el de receptores. Tenemos hasta septiembre para darle a la peonza todas las vueltas que queramos.

Además, en estos artículos no he pretendido hacer un listado exhaustivo. Para eso estará el ranking. Algunos jugadores no han sido nombrados porque su caso no me ha parecido relevante o no tengo muy clara su ubicación.

De alguna manera, las tres categorías anteriores parten de datos objetivos. Los incapacitados son jugadores con graves carencias en fundamentos, tanto tácticos como mecánicos, las marionetas son capaces de ejecutar pero no de improvisar, los conductores sí que tienen galones y capacidad para tomar decisiones. La duda sobre las capacidades reales de un quarterback concreto está en nuestra ignorancia o falta de información y no en sus virtudes y defectos. Aunque obviamente, el blanco y el negro no existe y todo es una cuestión de grados.

Sin embargo, cuando hablamos de grandes estrellas sí que irrumpe como factor el gusto de cada uno. Algunas estrellas parecen intocables y, sin embargo, siempre hay gente que las considera sobrevaloradas. En otros casos, jugadores que para muchos pueden estar algún escalón por debajo, pueden ser encumbradas por otros aficionados. Y quien defiende o critica siempre tendrá argumentos. Es lo bueno del deporte. No es una ciencia exacta.


Yo voy a daros mis propios criterios sobre las virtudes que tiene que tener una estrella, igual que di mis argumentos en las tres partes anteriores. A mí me sirve. A vosotros quizá no, o incluso os puede parecer una chorrada.

Creo que hay una característica decisiva que define a una gran estrella. Imaginad una jugada en la que el quarterback tiene dos opciones de pase. Una es un lanzamiento de más de 30 yardas que puede acabar en touchdown. La otra es un pase corto que solo asegura unas pocas yardas. En mi opinión, lo que diferencia a una gran estrella de un jugador bueno es la capacidad para decidir en milésimas de segundo cual es el mejor pase de los dos en función de la situación del juego y del momento del partido. Porque aunque parezca absurdo, la bomba que termina en touchdown no tiene por que ser la opción correcta.

La mayor parte de los quarterbacks de la NFL no lo dudarían ni un instante. Irían a por todas. 6 puntos, escientasmil yardas, highlights, jugador de la semana… el paquete completo. Pero hay unos pocos elegidos que son capaces de llegar más lejos: las grandes estrellas.

Otra característica de las grandes estrellas es que juegan muy pocos partidos malos. Y cuando lo hacen suele ser por motivos muy justificados. Y suele ser complicado que sean partidos íntegramente malos, nefastamente malos. Cagarros. Los de Peyton contra los Colts entra en la categoría de acontecimiento planetario. Las grandes estrellas juegan mal con cuentagotas y jalonan el asunto con una serie de salpicaduras geniales por si acaso. Para entendernos, un mal partido de Rodgers, de esos que termina pidiendo disculpas, sería el partido de su vida para Gabbert.


Lo de ser gran estrella no es cuestión de un día. Y eso es especialmente importante. No vale eso de que ya ha ganado un anillo, o haya hecho una temporada deslumbrante. Los buenos de verdad tienen pedigrí y una buena lista de cadáveres en el armario. El fuselaje lleno de insignias enemigas. Puedo aceptar que un jugador joven tiene hechuras de gran estrella, pero la vitola requiere trayectoria.

Una gran estrella no es perfecta, pero se sobrepone a sus limitaciones. Sabe sacar partido a sus virtudes y esconder sus defectos y, por encima de todo eso, sabe esconder los defectos de sus compañeros y resaltar sus virtudes. Una estrella hace que sus compañeros jueguen mejor. Incluso mejor de lo que ellos mismos creían que podían jugar. Y también sabe impedir que los rivales saquen partido de sus virtudes mientras desentierra todos sus defectos y muestra en público sus vergüenzas. Las grandes estrellas son aniquiladoras de equipos revelación, porque convierten en castillo de naipes la mayor fortaleza y dan las pistas que necesitaban los equipos que vienen detrás para desnudar a la novia.

Las grandes estrellas molan porque todos habríamos querido ser como ellas. Porque son capaces de hacer cosas que a nosotros ni se nos hubieran pasado por la cabeza, y además, lo hacen como si no tuvieran la más mínima importancia.

Peyton Manning ha sido una gran estrella. Deslumbrante, galáctica, inexplicable, sobrenatural. Tom Brady es una gran estrella. Humana, imperfecta, infravalorada a veces, de fría fiereza. Aaron Rodgers es una gran estrella. Despreocupada, alegre, sonriente, bromista. Big Ben es una gran estrella. Cervecera, feliz, desmesurada, gamberra…

Drew Brees es una gran estrella. Brees no sabe lanzar un pase de tres yardas si tiene a la vista uno de treinta. Y nunca ha sabido. Por eso nunca lo he llegado a aupar hasta el último escalón, y pese a todos sus récords no tengo la certeza absoluta de que termine habitando en Canton (sé que algunos se habrán negado a seguir leyendo al llegar a este punto, pero os tengo que ser sincero). Pero Brees, al que también le ha costado siempre entrar en los partidos, se convierte en un tornado imparable cuando entra en resonancia en un duelo de pistoleros. Brees es un Zeus de 1,83 lanzando rayos. Pero siempre pareciendo un humano normal compitiendo contra seres superiores. Que a veces una gran estrella lo es porque mola, y porque se ha sobrepuesto a tantas cosas que le perdonamos sus defectos.


Andrew Luck aún no es una gran estrella. Seguramente llegue a serlo. Muy probablemente termine siendo el quarterback más deslumbrante de la AFC en la próxima década. Pero por ahora es un tipo despreocupado que cuando las cosas se complican saca el látigo a pasear para ver lo que sucede, y es tan bueno que la ecuación termina en remontada. Necesito ver que es capaz de más registros. Ya sé que sabe tocar la heroica de Beethoven, pero quiero que me emocione con una toccata y fuga de Bach.

Philip Rivers podría ser una gran estrella. Pocos mueven las cadenas cada partido exactamente a la velocidad exacta que necesita su equipo. Durmiendo el drive para que se alargue hasta el infinito, o acelerándolo hasta el paroxismo. Pero Rivers se lesiona. Una y otra vez. Y como no nos enteramos, vemos unos bajones de rendimiento inexplicables. Y entonces se le pone cara de Cutler. Y parece Jekyll y Mister Hyde encarnado en lanzador. Así que a veces le adoras y otras te horroriza. Pero el bagaje que arrastra en su ya larga carrera es el de un grande de verdad.

¿Y Wilson? ¿Una gran estrella? Yo todavía le veo como a Big Ben tras la retirada de Bill Cowher. Cuando todos esperábamos a ver que pasaba cuando le quitaran el tacataca. Wilson ha tenido detalles geniales casi en cada partido. Pero siempre se ha montado en el avión con paracaídas. “Beast Mode” le cuida las espaldas y Carroll evita dejarle a los pies de los caballos. Por supuesto que su camino parece conducir al Olimpo de las grandes estrellas, pero yo aún no tengo esa certeza.

Y con este párrafo concluye esta serie. Ya os he explicado por qué mando a la guillotina a un recién llegado, pido una nueva oportunidad para un fracasado, o considero sobrevalorados a tipos que la mayoría encumbra. Por supuesto que muchas veces me confundo. Pero a mí me vale. Espero que a vosotros os haya servido. Aunque solo haya sido para divertiros.

Y el próximo día, mi ranking.

mtovarnfl@yahoo.es / twitter: @mtovarnfl

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