Djokovic se doctora en Londres

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Tomás de Cos

El serbio que dedicó toda su vida a prepararse para ser el número uno del tenis mundial celebró su hazaña con su primer Wimbledon. En un partido que no olvidará nunca, destronó al bicampeón español, Rafa Nadal, en cuatro sets: 4-6, 1-6, 6-1 y 3-6.

Novak Djokovic (Belgrado, 22-05-1987) es el único tenista que hace tiempo que se atrevió a desafiar el orden establecido. Hace años con su desparpajo juvenil, y estos días armado con un tenis tan preciso y robusto como un carro de combate. Una mezcla entre M-84 y Leopard por su nacionalidad serbia y sus años de aprendizaje en la academia de Niki Pilic.

Con su triunfo en semifinales sobre Jo-Wilfried Tsonga, a quien ya amargó otro día especial en tierras australianas, el serbio rompió con siete años de absolutismo del binomio Federer-Nadal, que comenzó en febrero de 2004 tras las trece semanas de reinado de Andy Roddick. Hoy lunes 4 de julio de 2011, Djokovic se convierte en el vigésimo quinto tenista en alcanzar el primer puesto de la lista ATP.

Y lo ha hecho agigantando su afrenta sobre Nadal, a quien ha ganado por quinta vez consecutiva, todas ellas en finales disputadas esta temporada (Indian Wells, Miami, Madrid, Roma y Wimbledon), y con quien ha reducido la brecha en los duelos directos: 16-12 para Rafa. Además, con su consagración en la catedral del tenis (el primer triunfo sobre el zurdo de oro en un grande), ha privado al genio de Manacor de su tercer Wimbledon y de igualar los tres dobletes París-Londres de Björn Borg.

Los números de ‘Djoker’ asustan a cualquiera. En 2011 tiene un balance de 48 victorias y una única derrota, ante Federer en la semifinal de Roland Garros. Suma 8 títulos individuales en poco más de 6 meses (los citados anteriormente más Australia, Belgrado y Dubai) y 26 en total. Está en unas cifras que le permiten codearse con los gigantes a los que ahora destrona. Nadal sumó 11 en 2005, 8 en 2008 y 7 en 2010 y Federer 11 en 2004 y 2005, 12 en 2006 y 8 en 2007. Wimbledon 2011 es su tercer grande tras las conquistas de Australia 2008 (ante Tsonga) y 2010 (frente a Murray) en cinco finales. Perdió dos en Flushing Meadows, su cuenta pendiente, ante Federer en 2007 y Nadal en 2010. Unos datos que le ratifican como un tenista moderno, y por tanto todoterreno, lo que ya apuntó al alcanzar la penúltima ronda de los cuatro ‘majors’ con solo 20 años y 247 días.

Pero analicemos un poco el partido. Tras masticar y digerir un poco lo visto en la televisión, creo que Djokovic comenzó a ganar su primer Wimbledon en Indian Wells y Miami, con sus remontadas ante el mejor deportista español de todos los tiempos. Unos éxitos que dispararon de forma exponencial su confianza. El nuevo Djokovic mantuvo sus nervios controlados en todo momento. Tanto con el viento favorable de los dos primeros sets, como en las movidas aguas que lo zarandearon en el tercero. Ganó en el apartado psicológico, en el físico, en el táctico y en el técnico a un Nadal voluntarioso pero demasiado errático, notable pero alejado de su mejor día. El doble musculado de Jesulín de Ubrique cometió menos errores (12-15), hizo más winners (21-27), fue mejor en los momentos importantes (5 de 6, 83% en bolas de break) y fue más efectivo y se asomó más por la red (19 de 26, 73%).

Tras nueve juegos iniciales de tanteo y en los que ambos se mostraron muy cuidadosos con el servicio, Nadal perdió tres puntos seguidos para conceder la primera opción de rotura (4-5 y 30-40). Una losa. Djokovic cabalgaba sobre su servicio (82% de primeros ganados) y ponía todas las bolas dentro (2 errores no forzados), mientras que Nadal mantenía el tipo pese al mal calibrado de su derecha. Cometió 11 errores con ella en su intento de ser más agresivo, pero perdió la manga por dos detalles. Síntoma del gran momento mental que atraviesa el serbio.

En la segunda manga (1-6), Djokovic apuntaló el triunfo con un servicio inabordable y un juego de fondo sin fisuras. Cuatro saques directos, trece golpes ganadores y dos roturas (segundo y sexto juego) lo corroboraron. Nadal no tuvo ninguna opción al resto y sufrió lo indecible con los segundos servicios. Y es que Wimbledon, pese a lo que muchos creen, también se gana desde el resto. Fueron los momentos de más dominio del balcánico en la Centre Court.

Tan solo la fe inquebrantable de Nadal mantuvo a los aficionados ante el televisor. Con cualquier otro tenista español en semejante situación, la mayoría del respetable habría optado por disfrutar de una agradable veraniega tarde de julio lejos de casa. Nadal rompió a un despistado Djokovic en el segundo juego y se vio con medio set en el bolsillo. Con una nueva rotura en el sexto juego, con doble falta del balcánico incluida, el español dejó el set visto para sentencia. Con la reacción de Rafa, el milagro comenzaba a parecer posible. Y a ello ayudó el propio ‘Nole’, que en su análisis de lo ocurrido, se olvidó de mover los pies, perdió el control en los intercambios largos y engatilló varias cañas. Le entró una ‘federina’, si se me permite, y Nadal le devolvió el 6-1 y recuperó terreno en el pulso. Pero sin el brillo de las grandes ocasiones, ni las mejores sensaciones sobre la pista.

En la cuarta manga, Djokovic nos despertó del sueño. Salvó una bola de rotura en el primer juego y se mostró intratable sobre la línea de fondo para adelantarse con 0-2 y poner a Nadal bajo presión. Pero éste tiró de casta y experiencia para igualar (2-2), que no se ganan diez grandes sin un gran control de las emociones. Y lo hizo con la que parecía suerte de los campeones, después de que una pelota tocara la cinta y se desplomara del lado del serbio en una dejada. Al más puro estilo ‘Match Point’, la genial película de Woody Allen. Pero entonces Djokovic subió otra marcha, esa que Rafa ayer no encontró, quebró al doble campeón de Wimbledon en el octavo juego (3-5) e hizo realidad el sueño de su niñez con su servicio y a la primera oportunidad. Sin dudas, sin miedos, sin titubeos. El nuevo número uno celebró su ascenso a los cielos con el enésimo sobresaliente de un curso para enmarcar.

Djokovic volvió a batir a Nadal en la partida mental. Fue mejor y más fuerte en los momentos decisivos. ¡Cómo pesaron todas las finales perdidas! El triunfo en Roland Garros fue un gran bálsamo pero no el ansiado antídoto para un dolor de cabeza tan especial. Para eso solo hay uno y tiene nombre de mujer: victoria. Pero no se suministra en farmacias y su fórmula es tan secreta como la de la Coca-Cola y tan cambiante como las nubes de Londres. Sin embargo, nuestro Rafa tiene a su favor haberla fabricado de forma endógena en cantidades ingentes en su corta pero exitosa carrera y cuenta con el respaldo del prestigioso laboratorio táctico del Tío Toni. El tenis vive un gran momento de transición entre una rivalidad histórica y otra que promete serlo. En ambas Nadal es protagonista. Hay motivos para seguir siendo felices.

PD: Perdón por el tocho, pero así alivio mi conciencia por mi escasa productividad en el blog en este Wimbledon.

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