El valor de un quarterback

Durante la temporada 2007 el vestuario de los Chargers fue un polvorín. LaDainian Tomlinson, un tipo tranquilo y bastante comedido en sus declaraciones, sometió a Philip Rivers a un auténtico calvario acusándole de falta de carácter, de no atreverse a tomar riesgos y de falta de peso en la plantilla. En aquellos momentos Tomlinson era el corredor número uno de la NFL. Rivers era un QB de cuarto año en el que la franquicia había depositado todas sus esperanzas de futuro. Habían arriesgado con él hasta tal punto que estuvieron dispuestos a vender a Drew Brees a los Saints. En efecto, estamos hablando del mismo Brees que lleva un par de años rozando el récord de yardas por temporada de Dan Marino.
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En 2007 Rivers llevaba dos temporadas sufriendo las comparaciones con Brees. El debate seguía abierto en San Diego donde una mayoría de aficionados pensaba que la franquicia no había tomado la decisión correcta. Tomlinson era el alma del equipo y el único motivo por el que los Chargers habían llegado a play-off.
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En Wild Card (nada que ver con la wildcat de los Dolphins, que ya hay gente liándose), Los Chargers vencieron a los Titans. Su siguiente rival serían los Colts de Manning. El 13 de enero, en Indiana, la trayectoria del QB de Alabama llegó a su día clave. Nadie pensaba que San Diego tuviera muchas posibilidades. Rivers no tenía carácter y Tomlinson llegaba tocado.
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El partido fue durísimo y, sorprendentemente, Rivers cargó con el peso del juego. Lanzó tres pases de touchdown. El tercero fue de 56 yardas para Sproles. Tras soltar el balón, Rivers pisó mal y se lesionó el tobillo él solo. 21-17 a favor de los Chargers y el médico de San Diego tuvo que llevarse a Rivers al vestuario para atenderle.


En los 50 metros que recorrió renqueante desde su banda hasta el túnel de vestuarios, Rivers atravesó una encrucijada decisiva como jugador. Según andaba, se iba encarando con los aficionados de los Colts que le abucheaban. Les miraba y se reía de ellos con gesto socarrón. Enfrentarse a una grada enloquecida durante un partido de postemporada era lo último que nadie podía esperar del timorato jugador. Las cámaras de televisión que le enfocaban dejaron ver a un QB luchador, ganador, con rabia y ansia de victoria. En un instante todos los aficionados al football descubrieron a un Rivers nuevo. Volvió al campo y llevó a su equipo a la victoria (28-24). En la final de conferencia, jugando cojo, estuvo a punto de vencer a los Patriots a pesar de que Tomlinson y Gates también salieron lesionados. Desde ese mes de enero el alma de los Chargers no es Tomlinson, sino Rivers. Ahora nadie duda de su mentalidad ganadora y la mayoría piensa que San Diego tomó dos buenas decisiones al apostar por él en el draft de 2004 y dejando ir a Drew Brees en 2006.
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En 2008 los Vikings se dieron cuenta de que necesitaban un QB urgentemente si querían ganar la Super Bowl. Tenían una defensa dominante y a Adrian Peterson, el corredor número uno de la NFL. La experiencia dice que los corredores no ganan títulos. Necesitan un lanzador a su lado. La mayoría de los grandes equipos dominantes se forjan con una pareja QB-RB. Aikman-Emmitt Smith, Young-Watters, Elway-Terrell Davis, Warner-Faulk, Brady-Dillon, son algunos ejemplos de ello. ¿Quién sería la pareja que necesitaba Peterson para llevar a los Vikings a lo más alto?
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Brett Favre era la respuesta obvia a la gran pregunta de Minnesota. Pero en Green Bay no veían con buenos ojos que el jugador más carismático de su historia se enrolara en la franquicia más odiada. Se hacía necesario otro año de espera. Más tiempo perdido.
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La temporada 2002 fue la de la gran debacle de los RB. De los quince corredores con mejores estadísticas sólo tres se clasificaron para postemporada. Fueron Tiki Barber (NYG, 7º con 1.387 yds.), Ahman Green (GB, 12º con 1.240 yardas) y Eddie George (TEN, 14º con 1.165 yds.). Ricky Williams (1.853 yds.), Tomlinson (1.683 yds.), Holmes, Portis, McAllister, Jamal Lewis… Todos los grandes corredores desequilibrantes de la NFL habían quedado fuera de los partidos de enero. Eso abrió un gran debate en la NFL que ha llegado hasta nuestros días. Así nació la moda de contar con más de un jugador en el backfield. Ahora la mayoría busca tener dos o más jugadores con características diferentes que se complementen y aumenten las variantes de ataque. Pero lo ideal es tener un gran QB que saque todo el partido a un backfield con varios nombres. Minnesota tenía un corredor que valía por dos, pero ahí terminaba su ataque
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Por fin, pocos días antes de comenzar la temporada saltaba la noticia. Favre firmaba por los Vikings. Pero todo sonaba a matrimonio de conveniencia. El QB buscaba un equipo con aspiraciones y Minnesota un director de juego. Como los ancianos solitarios que se casan con una jovencita para tener alguien en casa que les cuide y acompañe. “Cariño, yo pongo la casa y tú friegas”. Ahí no había amor. Favre, después de tantos años en Green Bay, no tuvo escrúpulos para acostarse con la vecina. Los Vikings parecían disfrutar más rabiando a sus rivales. Para ellos Favre sólo era un jubilado, medio lesionado, que sólo tenía que hacerlo un poco mejor que sus antecesores. Para ganar los partidos ya estaba Peterson.


Pero el domingo, cuando sólo faltaban dos segundos para que los 49ers dieran la gran campanada, los Vikings cruzaron una encrucijada decisiva. Habrá un antes y un después del momento en que Favre lanzara un pase medio ‘Hail Mary’ medio ‘¡tronco va!’ a un tal Greg Lewis del que no sabemos casi nada y, probablemente, no volveremos a saber. Un pase, a falta de dos segundos, que sirvió para que Favre viera con otros ojos el color morado de su uniforme y para que la afición de Minnesota redescubriera que se puede llegar al último minuto una anotación por debajo y ganar el partido. Ni siquiera los más grandes corredores consiguen remontadas. Para eso se necesita un Quarterback con mayúsculas.
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Y desde hoy, el matrimonio ha dejado de ser de conveniencia. Ha brotado el amor a borbotones. Favre ha firmado un nuevo momento que pasará a los anales de su carrera, algo que nunca hizo con los Jets, y el viejo achacoso útil que miraban con recelo los aficionados de Minneapolis se ha convertido en un príncipe azul capaz de salvar a la princesa de las garras del dragón.
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Favre se ha especializado de firmar historias crepusculares. Aún es pronto para saber si ganará el anillo con los Vikings. Pero, a pesar de todo, conserva ese carisma especial que le convierte en protagonista jornada tras jornada. Os va a sorprender pero cada vez que le veo jugar me entra nostalgia. Nos quedan muy pocos sorbos de Favre. Tenemos que apurar esta copa hasta la última gota.
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mtovarnfl@yahoo.es
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