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Tenemos una selección genial

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Ayer vimos a la Selección campeona del mundo de balonmano. Una Selección con muchas virtudes, con algunas debilidades, con sus genios cuando el juego se atasca. Genios en los dos sentidos de la palabra. Genio que saca el entrenador para espabilar a sus jugadores; genio que sale de la lámpara encarnado de Barrufet o de Iker Romero para arreglar el partido. Mejor una Selección así que otra extremadamente metódica, disciplinada, sin fisuras ni relieve, que hace decisiva su ventaja desde el primer minuto si fuera necesario. Entusiasma más una selección como la nuestra, capaz de arrollar con parciales de 7-0 y de meternos un susto porque se relaja, deja de hacer las cosas bien y los once goles de ventaja se convierten en tres.

Pero al final gana porque es mejor. Mejor quizá que la mismísima campeona del mundo de hace un año. Hay más confianza y madurez. Jugar contra Francia suponía una prueba suprema. Llevamos dos años sin ganarla. Una Francia que ya no tiene a Richardson, pero sí a Nikola Karabatic, un fenómeno que juega en la liga alemana; como Abati, como los Gille, como Narcisse. Otros dos pilares fundamentales, Dinart y Fernández, juegan en la nuestra. Una selección que exporta jugadores a las ligas más fuertes. Bueno, pues les ganamos y bien; sin necesidad de que los nuestros salgan a jugar por ahí. Ya lo hacen aquí, donde está el mejor balonmano del mundo. De clubes y de selecciones. Hasta que alguien no demuestre lo contrario.