Un suspiro de sólo diez segundos

Un suspiro de sólo diez segundos

En un suspiro se resuelve -se resolvió-el momento más intenso, y más olímpico, de estos campeonatos. En los prolegómenos parecía que los competidores se preparaban para interpretar en el teatro una obra japonesa. No hubo uno solo que no expresara en la tensión de su rostro lo más hondo de su personalidad, y a mí me dio la impresión de que, a pesar de la ferocidad con la que miraban a las cámaras, muchos de ellos atesoraban cierto aire femenino en esos momentos de extrema tensión.

Los boxeadores se insultan, pero algunos de estos campeones del aire enseñan la lengua, guiñan, insinuantes, los ojos, e imploran con las manos como si estuvieran en una misa griega y laica. Y, entre todos ellos, el que iba a ganar parecía el más sensual, y el más sensible. La verdad es que el momento fulgurante en que se convirtió la carrera traslada al espectador una emoción que consiguen muy pocos deportes: resolver en un instante -¡menos de diez segundos!- toda una carrera se convierte en lo que decía el cineasta Luis Buñuel que era la vida: un suspiro, y, más aún, el último suspiro. Cuando acabó este suspiro, Justin Gatlin estaba en la meta, encomendándose en seguida a Dios y a sus compatriotas. Cuando le dieron una bandera norteamericana se secó el sudor y se aprestó a escuchar lo que dicen de él: correrá aún más velozmente. Él mismo será un suspiro.