El Juego del Año 2022 en MeriStation

Podríamos decir que decidir GOTY no ha sido fácil, pero mirando el recuento de votos, lo cierto es que estaríamos mintiendo un poco. Tampoco diremos que no haya habido reparto entre varios candidatos, porque han salido más de media docena de nombres durante el proceso. Alguno ni siquiera citado en la selección con mejores notas de principios de semana porque, como cada año, redactores y colaboradores han sido libres de elegir su juego favorito. Así que a la hora de sumar opiniones individuales, las cosas podrían haber ido en diferentes direcciones o incluso dar lugar a sorpresas.

Sin embargo, para bien o para mal —en el caso de alguien quisiese un giro de guion inesperado— no podemos hablar tanto de revelaciones como ratificaciones de lo ya tratado a lo largo del año. Con un 9% de los votos totales, Xenoblade Chronicles 3 no solo consigue elevarse hasta el tercer puesto global, además se reafirma como el mejor juego de Switch en un 2022 donde también hemos visto el regreso de sagas como Bayonetta, Kirby o Splatoon. Y con un 22,7% bastante más cuantioso, God of War Ragnarok se distancia y obtiene una medalla de plata que evidencia el buen hacer de Sony en esta clase de superproducciones, épicas y a la vez humanas.

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GOTY 2022: triunfo incontestable de Elden Ring

Pero solo había lugar para un ganador, un juego designado para llevarse el título de GOTY en 2022 como It Takes Two se lo llevara en 2021. Y ese juego, con un 50% de los votos totales en su marcador, es Elden Ring. Sin trampa, cartón o redondeo: la obra maestra de From Software ha sido elegida por la mitad de la redacción como el título estrella, convirtiéndose de paso en el primer juego del estudio liderado por Hidetaka Miyazaki en obtener tal reconocimiento en esta web. No podía ser otro, no este año.

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Y no es cuestión de que Elden Ring sea beneficiario de los méritos y beneplácitos ganados antes por Dark Souls, Bloodborne y compañía, es una cuestión de adaptación y culminación. De la capacidad de From para moverse al mundo abierto —terreno evitado por sus predecesores a pesar de ofrecer exploración en abundancia, rutas alternativas y secretos bien guardados— y aun así preservar las fortalezas de una fórmula que nunca ha sido tan versátil como lo es ahora. Almas, hogueras e invocaciones. Plataformeo, sigilo y contragolpes. Caballeros de armadura y monstruos del espacio. Elden Ring lo tiene todo, y luego todavía tiene algo más.

Es el Souls más accesible gracias a la miríada de opciones, como el cooperativo online con otros jugadores, los secundarios invocables, los espíritus de animales y guerreros con su propio sistema de progresión y la expansión constante del escenario con decenas y decenas de peripecias en las que involucrarse. Cuevas, ruinas, mazmorras, caravanas, fortalezas, incluso un segundo mundo semi abierto debajo del gran mundo principal que pisan nuestros pies al empezar. Todo para que el jugador encuentre motivado por su curiosidad, no porque iconos en el mapa o la brújula digan “Eh, mira qué hay aquí. Hemos dedicado meses a crear esto, así que deberías verlo”.

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En Elden Ring, el descubrimiento es genuino porque puedes no hacerlo. Por un lado, porque sigue siendo exigente y el avance no se da por sentado ni siquiera del primer jefe en adelante. Por otro, porque no hay realmente un primer jefe como tal y los más inquietos pueden acabar en regiones como Caelid, Liurnia o incluso Leyndell antes de saber quién es Margit, el presunto rito de iniciación. Su estructura no impone órdenes, y dar con personajes secundarios, minijefes o paisajes es casi siempre resultado de las acciones del jugador, no del desarrollador que ha trazado de antemano su camino.

Los Souls no necesitaban mundo abierto para tener éxito siempre que From aplicase cambios de peso a las ambientaciones y las mecánicas, pero una vez dado el salto, el estudio ha combatido —y resuelto— conflictos endémicos que suelen aparecer incluso en exponentes dignos de llevarse el GOTY otros años: su dificultad pone en valor recursos y alternativas; y su libertad no se limita a añadir espacio viable para explorar y pelear, también un componente mucho más explícito de incertidumbre sobre hacia dónde ir y por dónde ir. Incluso con enormes explanadas y un caballo para galopar, el diseño no deja de ser un puzle que a menudo tiene más de una solución.

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Son las señas de una buena aventura, que se llama así no solo por su escala, o porque el jugador dedica muchas horas y ve muchas cosas, sino porque también existe un proceso tan o más importante a nivel interno. Un viaje de experimentación, frustración, aprendizaje y dominio que ahora, más que nunca, va bastante más allá del combate, la variedad de builds o los jefazos que siempre han caracterizado a esta familia de juegos. Aunque, por supuesto, todo ello siga incluido y en plena forma. Godrick, Rykard, Maliketh, Godfrey, Malenia... El formato más abierto y flexible no está reñido con los grandes clímax que muchos acabamos teniendo en común.

Accediendo de una forma u otra, resolviéndolos con un tipo de personaje u otro, los combates en campo abierto contra dragones, el primer avistamiento de Liurnia, el festival de Radahn, la exploración de la majestuosa capital, el descubrimiento de las estrelladas Ciudades Eternas, el descenso a las raíces del Árbol Hierático y muchos otros ejemplos se han cristalizado ya entre los momentos más memorables no solo del estudio, sino del medio. Y todo con la cantidad justa —cuando no nula— de guías o artificios. Elden Ring tenía muchas expectativas que cumplir, suficientes como para dejar un sabor agridulce hasta al fan más transigente; pero From Software no solo ha logrado salir airoso de su misión, lo ha hecho resurgiendo más fuerte al otro lado.

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