Assassin's Creed Valhalla es el camino, aunque con algunos 'peros'

Han pasado unos meses desde que escribí el análisis de Assassin's Creed Valhalla, la nueva entrega de la saga estrella de Ubisoft. Desde entonces, he tenido tiempo para regresar y reflexionar sobre algunos elementos concretos del videojuego. En la vorágine de los embargos y de las reviews, el tiempo de madurar las ideas no siempre es suficiente, y aunque me mantengo fiel a lo que plasmé en el texto del pasado mes de noviembre, sí me gustaría destacar algunos aspectos concretos.

Dije en la crítica que el sistema de eventos de mundo no me había convencido del todo, puesto que percibía que nada de lo que contaban aportaba demasiado al argumento principal. Sin embargo, obvié algo importante. Y es que a pesar de tratarse de historias pequeñas, muchas veces graciosas, otras veces más trágicas, aportan cierta variedad al conjunto, una especie de vía de escape dentro de una experiencia que tiene varias capas y que puede llegar abrumar. En Assassin's Creed Odyssey, las tareas secundarias se resolvían prácticamente de la misma manera, pasando por la espada a los soldados del fuerte de turno; en Valhalla, estos eventos brindan al jugador distintas resoluciones, variedad al fin y al cabo. Por tanto, alivian un conjunto que puede resultar denso por la duración y la cantidad de misiones principales que se han implementado.

Ubisoft Montreal y todos los equipos que han intervenido en el desarrollo de esta entrega han seguido el esquema de Origins y Odyssey, es decir, diseñar una aventura de mundo abierto preñada de elementos de rol. La fórmula funciona y permite al jugador sumergirse en un universo rico en detalles, siempre arropado con una manta narrativa que aborda tanto los eventos del pasado como del presente. Es cierto que las secciones ambientadas en la actualidad han perdido empaque con respecto a entregas más clásicas, aunque hay que reconocer el esfuerzo a la hora de recuperar el lore de la saga.

Más allá de la historia, esta superproducción sigue arrastrando errores del pasado. Algunos de ellos se remontan a la primera entrega, como la inteligencia artificial. Uno de los objetivos de Ubisoft en la nueva generación debería ser redefinir por completo la IA de aliados y enemigos. Comprendo que en un mundo tan gigantesco como el de Assassin's Creed Valhalla, controlar tantísimos elementos en pantalla tiene que ser endiabladamente difícil. Y aun así, me resulta complicado entender que en las últimas entregas los aliados siguen atropellando con sus caballos a todo NPC que se cruza en su camino. Dadles un respiro, que ya tienen suficiente con la guerra.

Unido al problema de la inteligencia artificial, las mecánicas de sigilo no terminan de cuajar. Las opciones se han reducido con respecto a los títulos tradicionales, donde el jugador disponía de un arsenal de gadgets y opciones. Ese no el problema principal, sino el funcionamiento en conjunto de todas esas mecánicas, la puesta en escena de las distintas opciones. A veces, los soldados te detectan desde distancias lejanas; otras no te ven ni aunque los tengas delante de sus narices. En un abrir y cerrar de ojos, todo el campamento se entera de tu presencia y la carnicería está servida. Espada por aquí, hacha por allá, y otra cabeza rodando por los suelos. En mi caso, en pocas ocasiones me siento con el control en las manos. A los mandos, siento la sensación contraria a cuando juego a Dishonored, donde el sigilo está medido al dedillo. Llegar al nivel de maestría de Arkane no es tarea sencilla, pero tampoco le pido eso a Ubisoft: mi deseo es que le den una vuelta y que el sigilo no se reduzca a pulsar un botón detrás del enemigo para asesinarlo; tampoco que baste con silbarles en una zona de hierba alta para atraer su atención.

Los vikingos asolan Inglaterra en busca de un asentamiento permanente, al tiempo que llegan a acuerdos con reyezuelos y otros gobernantes británicos. Durante la aventura de Eivor, las batallas contra poderosos enemigos están a la orden del día. No escribiré en profundidad sobre el sistema de batalla, bastante solvente aunque caótico en los combates masivos. Y en esa misma dirección, otro de los puntos que la saga tendría que repasar son las batallas contra jefes finales. Está muy bien que intenten buscar patrones distintos, pero la construcción jugable debe sostener esos pilares. Por ejemplo, en la batalla contra una taimada hechicera druida, esta sube y baja por distintas partes del escenario. El resultado es el caos total, porque las mecánicas de juego no responden bien ni respaldan ese esquema de juego.

Miro al futuro de Assassin's Creed con esperanza. La trilogía rolera me ha dado horas y horas de diversión, ¡y las que me quedan! Espero que la compañía tome nota de los errores para seguir mejorando en el siguiente capítulo. Y quizá, solo quizá, sea el momento de recalibrar el daño causado por el fuego, porque un leve chispazo significa arder a lo bonzo. Ya sabéis, nada de jugar con fuego, y menos en Assassin's Creed.