Phelps también es Michael
María Martínez, psicóloga de Carolina Marín, y Ricardo de la Vega, presente en Río 2016, hablan en AS sobre salud mental. No separar persona y deportista es fundamental.
En menos de 24 horas, el sábado, Ricky Rubio comunicaba una pausa indefinida en su carrera y Simone Biles, 732 días después, volvía a la competición. “He decidido parar mi actividad profesional para cuidar mi salud mental”, justificaba el baloncestista español. La gimnasta estadounidense, por su parte, terminaba su último ejercicio con una amplia sonrisa en el rostro. “Ahora creo un poco más en mí. Que los aficionados siguieran haciéndolo, me derritió el corazón. Regresé e hice lo que quería, estoy muy feliz por el resultado”, decía tras colgarse el oro en el US Classic de Chicago. “Ya no confío tanto en mí misma. Quizás esté envejeciendo. Hay un par de días en los que todo el mundo pone tuits sobre ti y sientes el peso del mundo”, había dicho dos años antes, tras retirarse en cinco de sus seis finales en los Juegos de Tokio. En la cita olímpica, Biles fue el Ricky que no estará en el Mundial de Filipinas, Japón e Indonesia, que arranca este 25 de agosto. Y también fue Michael Phelps, Andrés Iniesta, Paula Badosa o Naomi Osaka.
“Quizás se cuida mucho más la salud anatómica y funcional y la gran asignatura pendiente en el rendimiento deportivo es la salud mental. Ese compañero que está de baja por depresión o ansiedad, en el contexto del alto nivel deportivo, se vive de forma más oculta y menos natural. Ahora, está empezando a haber una serie de casos que lo van cambiando”, asegura Ricardo de la Vega, doctor en Ciencias de la Actividad Física y el Deporte y licenciado en Psicología, además de profesor titular de la Universidad Autónoma de Madrid y del Centro Olímpico de Estudios Superiores. “Son las dos caras (Biles y Ricky). Como las lesiones. Nadie las desea, pero aparecen momentos de dificultad y hay que atenderse. Cuando te recuperas, puedes volver al mismo o a mejor nivel”, completa María Martínez, psicóloga deportiva de Carolina Marín con amplia experiencia en el Centro de Alto Rendimiento de Madrid.
Al otro lado del teléfono, María deja escapar un sonido de complicidad cuando se define a Carolina, una atleta que ha pasado por dos roturas del ligamento cruzado, como “invencible”. Debido a su segunda gran lesión, la campeona olímpica se perdió los Juegos de Tokio. “Me harté a llorar, me vine muy abajo. Toqué muy hondo. Eran dos años en los que no habían parado de pasarme cosas en lo deportivo y en lo personal (su padre sufrió un accidente y falleció en julio del 2020). Después de recuperar la confianza, iba a ver los Juegos desde el sofá”, decía a AS la propia Carolina antes de volver a la competición, en abril del año pasado. Desde entonces, de forma medida, ha ido recuperando su mejor versión, con tres títulos desde que reapareciera. Tras ello, hay mucho trabajo psicológico diario.
El ‘burnout’ y la paradoja del deporte
Se conoce por síndrome del burnout la cronificación del estrés laboral, un estado de agotamiento tanto físico como mental. Comúnmente, también se le llama “síndrome del trabajador quemado”. El punto en el que todo se complica. En el día a día, los psicólogos deportivos tratan de evitarlo. Y no sólo eso. También dotan de las herramientas necesarias para que, en caso de traspasar la línea, sea posible, o más sencillo, volver. “Si el primer contacto con la psicología es cuando ya hay un problema de salud mental, es necesaria una intervención clínica. Recuperar el equilibrio emocional para abordar el día a día. Luego, la psicología deportiva se centra en el rendimiento”, explica María. “Lo bueno es que, a día de hoy, trabajas con los deportistas durante varias temporadas. O en ciclos olímpicos. Te ocupas de prevenir. Pese a ello, a veces se llega a esos puntos, pero ya se ha trabajado en recursos y herramientas que permiten no caer tan bajo y salir”, completa desde su experiencia con Carolina.
En el deporte, se da una paradoja constante. En materia de salud mental, es problema y solución. La actividad física es uno de los primeros remedios en la “receta” que se le ofrece a cualquier ciudadano de a pie (según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el 5% de la población, 280 millones de personas alrededor del globo, sufren depresión). En la élite, sin embargo, todo cambia. “Tiene que ver con el alto rendimiento. Todo en exceso, al final, te lleva a los límites. El deporte de alto rendimiento busca lo máximo. Eso requiere estar constantemente lidiando con esos límites. ‘¿Hasta dónde se puede llegar?’, es la pregunta. Por eso se baten récords, por eso estamos constantemente viendo hazañas. Es porque son capaces de jugar con ese límite, pero primero va la salud mental. Es distinto al deporte que la población practica para mantenerse sana, alejado de esos límites”, explica María.
Las señales y la adaptación
Cada año, según datos de la OMS, se suicidan más de 700.000 personas en el mundo. Es la cuarta causa de muerte en el grupo etario de 15 a 29 años. Es el extremo más triste y menos deseable. A él, también han llegado deportistas de nivel mundial: Jesús Rollán, Urtain, Robert Enke... “Era mi mundo y ya no estaba (su madre). Todo era oscuro, traté de suicidarme”, decía este mismo fin de semana la atleta estadounidense Sha’Carri Richardson. La prevención, muy compleja, empieza por las señales que las personas emiten en su vida cotidiana. También los deportistas. “Es muy importante que los equipos técnicos trabajen de forma interdependiente. Sólo así se pueden detectar señales que no se ven desde otros prismas. Llega el fisio, tras una charla con el deportista, y te cuenta algo. En el fútbol, es muy importante la figura de los utilleros, que pueden manejar más información que los entrenadores. Como en el colegio, los profesores. Aquellos que están horas y horas con las personas”, apunta Ricardo de la Vega.
La adaptación, según el doctor, es el aspecto que, desde la psicología, se debe poner en el centro cuando se habla de rendimiento deportivo. “Nuestro cuerpo está diseñado de tal manera que el punto de equilibrio nos lo da el sistema nervioso central, y eso tiene que ver con la salud psicológica, más allá del condicionamiento físico”, desarrolla. “Vivir el tiempo presente”, según De la Vega, es otra de las necesidades tanto en los deportistas como en la sociedad actual, que camina a caballo entre la nostalgia y la revolución tecnológica. “Vivimos siempre tres pasos por delante o por detrás. En los deportistas, eso se exagera. Con grandes éxitos pasados, que se van recordando, o con los próximos Juegos Olímpicos presentes en cada entrenamiento. Acaban viviendo contextos que les arrebatan el tiempo presente y eso tiene un riesgo muy grande”, desarrolla.
La élite deportiva y los ciudadanos de a pie no están tan lejos. Los primeros forman parte de los segundos y los segundos pueden llegar a formar parte de los primeros. Aquello que condiciona su comportamiento o su estado mental, apuntan tanto Ricardo como María, no dista tanto. “La vida debe aportar al deporte y el deporte a la vida”, condensa la segunda. “Esa disonancia del papel entre el deportista, el que sale en los periódicos, las redes sociales, las entrevistas, y la persona es muy peligrosa. Es una dualidad que en realidad no existe, porque todo se produce en un mismo contexto”, se extiende De la Vega. “Phelps siempre reivindica que todo el mundo, psicólogos, médicos, preparadores, etc., se había preocupado mucho por Phelps, pero que nadie se preocupó por Michael”, añade en referencia al exnadador estadounidense, el mayor medallista olímpico de siempre (28 con 23 oros), con diversos episodios de depresión. “En 2014, había momentos en los que no quería vivir”, llegó a asegurar el de Baltimore.
Un psicólogo en los Juegos
Según un estudio de la Universidad de Toronto, realizado por Zoe Poucher en 2021, el 31,7% de los atletas canadienses en los Juegos de Tokio reportaron síntomas de depresión. Desde ansiedad general moderada (12,9%) a severa (5,9%), pasando por indicadores que mostraban un alto riesgo de trastorno alimentario (8,6%). Los resultados, reveladores, se deben entender dentro de un contexto. “Los datos que manejamos de depresión y deportistas no distan tanto, proporcionalmente, de los del resto de la población (un 5%, como se apuntaba, según la OMS). Este estudio se centra en una población específica y aislada”, puntualiza María Martínez. “Habitualmente, estos datos se consiguen a través de cuestionarios con una serie de síntomas y escalas (del 1 al 10). Hay muchos sesgos. Es como valorar la capacidad física con percepciones y no entrenando. En la élite, la ansiedad no es algo atípico. Hay que ofrecer estrategias para afrontarla”, completa De la Vega, que ha trabajado con multitud de deportistas olímpicos y paralímpicos.
Sin ir más lejos, Ricardo estuvo presente en los Juegos de Río 2016. Su metodología se estructura de acuerdo con las diferentes áreas que vertebran la capacidad de respuesta: la regulación emocional, la parte cognitiva, la fisiopsicológica y la conductual. “La parte cognitiva tiene que ver con cómo regulamos nuestros procesos de pensamiento, con cómo nos vemos a nosotros mismos. Hay muchos deportistas que se hablan mal a sí mismos, muy negativos, etc., y todo eso tiene mucho que ver con las estrategias de aprendizaje o los niveles de autoexigencia”, empieza De la Vega en su explicación. “Luego, también está la parte de entrenamiento de regulación emocional, fundamental. El deportista debe ser capaz de reconocer sus emociones, observarlas y trabajarlas para orientarlas de manera que pueda optimizar la adaptación en los distintos escenarios, tanto en un contexto tranquilo como en uno precompetitivo, de máxima exigencia”, continúa.
El ámbito fisiopsicológico, por su parte, tiene que ver con procesos de monitorización. Para saber el nivel de respuesta en estrés, se evalúan, principalmente, tres hormonas: el cortisol, la alfa amilasa y la testosterona. “De esta forma, podemos establecer con un nivel de objetividad muy grande cómo es la adaptación del organismo. También podemos educar y enseñar a los deportistas a cómo regular esas funciones por medio de estrategias de neurofeedback. Con algo tan sencillo como un pulsómetro, por ejemplo. Se puede medir la frecuencia cardiaca y, a través de los técnicos, aprender a controlar esas funciones fisiológicas”, desgrana De la Vega, cuyo equipo fue premiado recientemente por su trabajo con las Fuerzas Armadas Españolas. En el apartado conductural, se tienen en cuenta los elementos moduladores de la personalidad, como los procesos motivacionales o los valores.
Muchas herramientas, cada vez más, al servicio de una salud mental que, “afortunadamente”, gana peso en la sociedad. “Se está rompiendo el tabú. Que los deportistas hablen permite que otras personas se sientan identificadas, sean capaces de reconocer sus problemas y sepan dónde está la solución, en la terapia y en los profesionales. Abren esas puertas, otras ventanas que dan a la población una referencia y calma. ‘Le pasa lo que me pasa a mí’, pueden pensar al ver a sus ídolos”, celebra María. “También es verdad que no se puede abusar del térimino y caer en la banalización. Que todo se achaque a la salud mental puede hacer que no se cuide con la delicadeza con la que se debe. Yo puedo hablar en profundidad de Carolina, pero no de Ricky”, añade. Cada caso es único. Y tras cada Phelps hay un Michael.