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PGA vs LIV, la guerra de nunca acabar

Se cierra el cuarto año de división en el golf profesional sin visos de reunificación y con cambios significativos en el horizonte de ambos circuitos.

PGA vs LIV, la guerra de nunca acabar
PETER PARKS | AFP
Jorge Noguera
Nació en Madrid en 1995. Doble grado en Periodismo y Audiovisuales por la Rey Juan Carlos. Un privilegiado, hace lo que siempre quiso hacer. Entró en AS en 2017 y se quedó. Salvo un paréntesis en Actualidad, siempre en Más Deporte. Allí ha escrito sobre todo de rugby, golf y tenis. Ha cubierto el British Open, la Copa Davis o el Mutua Madrid Open.
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El golf encara el final de su cuarto año de división a nivel profesional y nada hace indicar que la reunificación vaya producirse en un futuro cercano. De hecho la apuesta sensata a estas alturas quizá sería que no se va a producir nunca. Lejos de invertirlos en seguir tendiendo puentes entre dos orillas que parecían más cercanas que nunca a comienzos de año, con el retorno a la Casa Blanca de un Donald Trump que parecía empeñado en convertirse en el intermediario que llevara las negociaciones a buen puerto, tanto PGA como LIV han pasado los últimos meses diseñando cambios significativos destinados a seguir fortaleciendo sus respectivos productos.

Lejos queda ya aquella cumbre en el Despacho Oval de febrero, en la que Trump hizo coincidir a la plana mayor del circuito estadounidense, con su comisionado Jay Monahan y Tiger Woods y Adam Scott, las grandes voces en lo que a la representación de los jugadores se refiere, y a Yasir Al-Rumayyan, el mandamás del Fondo Público de Inversión saudí (PIF) que rige los destinos del LIV. Entonces parecía que la paz era cuestión de tiempo, pero los caminos de ambas organizaciones volvieron a bifurcarse poco después. Lo que ha trascendido es que lo que ponía sobre la mesa el PGA era una especie de asimilación, y que la visión de Al-Rumayyan en ningún caso pasa por ver cómo su criatura se diluye en otras siglas.

Desde entonces la relación atraviesa un periodo glacial. Los niveles de hostilidad de 2022 y 2023 no se han recuperado, la etapa de acoso y derribo en forma de grandes fichajes financiados con el maná inacabable del petróleo saudí parece superada (y de hecho esta semana se produjo la primera deserción sonada, la de Brooks Koepka) pero tampoco se ha vuelto a dar ninguno de los acercamientos que protagonizaban de tanto en cuando Monahan y Al-Rumayyan, o al menos no han saltado a la esfera mediática. Y eso que han salido de la ecuación dos figuras que eran percibidas como un obstáculo para la entente: Monahan, al que muchos atribuían una cuota considerable de culpa en el cisma por cerrarse en banda a escuchar cuando el LIV solo era un embrión y la estrategia árabe pasaba por algún tipo de asociación con el PGA, y que hizo a muchos sentirse traicionados cuando negoció a espaldas de los jugadores un principio de acuerdo anunciado en el verano de 2023 que ha terminado resultando papel mojado; y Greg Norman, el polémico primer CEO de la superliga, un personaje que nunca ha tenido buena prensa en las altas esferas del golf y al que su contraparte no reconocía como un interlocutor válido.

Cada uno a lo suyo

Les han sustituido respectivamente Brian Rolapp y Scott O’Neil, que al menos por ahora parecen más centrados en descubrir qué pueden hacer para mejorar sus circuitos que en unificarlos. Rolapp, un alto ejecutivo de la NFL, está empeñado en aplicar al PGA lo que ha convertido al fútbol americano en el deporte más seguido en Estados Unidos. Según se ha ido publicando en los últimos meses, anda tramando un lavado de cara importante, que pasa por un calendario bastante más escueto. El mantra es hacer del golf de élite un producto más escaso, y por tanto más exclusivo. Menos torneos y una estructura destinada a poner más en valor a las grandes estrellas, aunque sea a costa de perjudicar a una clase media que cada vez pinta menos en todo lo que se mueve al otro lado del Atlántico.

PGA vs LIV, la guerra de nunca acabar
Donald Trump juega al golf con Yasir Al-Rumayyan, presidente del PIF saudí, paraguas del LIV.AFP

O’Neil, por su parte, ha entendido lo que Norman se negó a admitir, y es que hay cosas contra las que ni siquiera los petrodólares pueden luchar. Una de ellas, la junta de gobierno del ranking mundial. El LIV ya ha anunciado que acabará con una de las características que eran anatema de cara a su inclusión en el sistema, y que tenía en contra a varias voces internas, incluida la de un peso pesado como Jon Rahm: los torneos a tres vueltas. A partir de 2026 se jugarán a cuatro, demostrando cintura incluso a costa de acabar con parte de la identidad diferencial de esta competición. Más allá de eso, los planes pasan por ralentizar la inversión. Se acabó la era de los contratos mastodónticos y las partidas millonarias destinadas a pagar las multas impuestas a sus jugadores por sus anteriores circuitos, llegó la de la autosuficiencia. La de dejar volar a unas franquicias que ya captan patrocinadores y se van configurando como selecciones nacionales o continentales en un intento de ganar adeptos. En ese sentido los Fireballs, que alinearán el año que viene a Sergio García, su capitán, a Josele Ballester, a David Puig y a Luis Masaveu, serán el primer equipo íntegramente español desde que el proyecto echó a andar en el verano de 2022.

Punto muerto

Todo esto refuerza la sensación de que PGA y LIV se necesitan mucho menos de lo que se necesitaban hace dos años. Los primeros ya aseguraron el capital necesario para financiar el aumento en las bolsas de premios y bonuses para las grandes estrellas al que obligaba la potencia de fuego económica de su rival con la intervención del Strategic Sports Group, un consorcio de multimillonarios con una presencia importante en la industria deportiva estadounidense que inyectó 1.500 millones (y que ahora quiere recuperar la inversión, de ahí también los cambios pretendidos). Los segundos, de atenderse finalmente su solicitud de inclusión en el ranking, mejorarían sensiblemente las perspectivas de acceso a los majors de sus jugadores (que ahora, exenciones aparte, se buscan la vida entre el Asian Tour, el DP World Tour y las previas), tapando así su gran punto débil junto al seguimiento televisivo, un melón que parece tener difícil arreglo al menos hasta 2030, cuando vencen los acuerdos que el PGA tiene con CBS, NBC y ESPN.

Llegados a este punto, ¿cuál es el sentido de la unificación? Más allá de facilitarles la vida a los espectadores, que en este negocio cuentan lo mismo que en la inmensa mayoría del deporte profesional, es decir poco, Rolapp y O’Neil tendrán que encontrar nuevas áreas de entendimiento. Suponiendo que un entendimiento es lo que buscan, que quizá sea mucho suponer.

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