La vida de Juanito de Las Aguas
Jan Freese, con una carrera de película, fue uno de los grandes entrenadores de la natación española en los 60 y 70. Ahora regenta una tienda de pósters en La Rambla.
Cada mañana desde hace diez años, Jan Freese (Holanda, 1939) se levanta temprano y coge tres naranjas, cuatro dientes de ajo blanco y otros cuatro de ajo negro, “todos los frutos secos que existen”, un plátano y una manzana y se prepara dos vasos de zumo que le alimentan hasta el mediodía, cuando cruza con su bastón y bien abrigado aunque sea primavera La Rambla para ir desde su tienda de pósters (Verkerke) hasta el Kiosko Universal del Mercat de La Boqueria. Esta es parte de la vida del que fuera uno de los grandes revolucionarios de la natación española desde que aterrizara en Barcelona el 3 de abril de 1960 y se instalara como entrenador del CN Manresa hasta que, en 1984, saliera sin hacer ruido de un día para otro: “Estaba ya saturado. Me he desentendido desde entonces de la natación y no he pisado más piscinas”.
Freese llegó a España en una época en la que el deporte era amateur y una vía de escape en un país dormido, sin conocimiento técnico, pero con nadadores de talla europea que bajo el amparo de Freese dieron lo mejor de sí. “No tenía ni puta idea. Ni puta idea. Pero estaba suscrito a todas las revistas sobre natación en la biblioteca de la Blume. Me lo tragaba todo. Tenía que hacer de traductor a los técnicos australianos, canadienses y estadounidenses cuando venían a España. Y así aprendí”, confiesa ahora. “Creo que nunca he dicho esto. Mi secreto, con humildad, es que era un gran motivador”.
Pero antes de iniciar ese camino, de convertirse en el primer entrenador de la Residencia Blume de Barcelona y encargarse del entrenamiento de los Toni Codina, Joan Fortuny o los hermanos Pujol, y de acudir a tres Juegos Olímpicos y ser jefe de la Comisión Técnica, Freese vivió una vida de película, en blanco y negro, totalmente genuina y autodidacta, que ahora contempla desde su tienda de pósters con imágenes de deportistas, películas o ciudades que le han acompañado durante toda la vida, una vida con la banda sonora de ‘May way’, de Frank Sinatra.
Y los bikinis llegaron a España
El punto de partida transcurre mucho antes, en La Haya, en plena II Guerra Mundial. “Recuerdo ser niño y coger mi primer avión a Londres para ver los edificios bombardeados”, explica. Después de resistir ese ambiente bélico, a Freese le acompañó una ilusión propia del que se entrega al máximo a la vida y a sus pasiones. “La vida es motivación”, proclama a los cuatro vientos. Y para Freese esa motivación fue la natación. “En Bachillerato probamos todos los deportes. En la piscina, yo siempre ganaba. Sin entrenador, me proclamé en 1955 campeón de Holanda de 100 braza”.
Pero una lesión se cruzó en su camino con 17 años, algo habitual en una época donde la Medicina no podía alargar las carreras de los deportistas. El holandés decidió ser entrenador: “Hace poco, contactaron por Facebook dos hombres de mi edad que me daban las gracias porque yo fui su primer técnico”. El afán por la natación y su carácter autodidacta y emprendedor le llevaron a crear un grupo de natación sincronizada inspirado en las películas de Esther Williams. La cultura también forma parte de la vida de un hombre que se define “wagneriano”, incondicional de Maria Callas y de Frank Sinatra, de quienes colecciona álbumes. “Tengo 5.000 vinilos en mi casa y otros miles de cedés”, apostilla.
Con aquel grupo recorrió Holanda y despertó la curiosidad del entrenador por aquel entonces del CN Manresa y ex waterpolista de éxito, un holandés como él llamado Cor Braasem, quien lo contrató para que hiciera una gira por Cataluña y Valencia. Así se introdujo la sincronizada en España no sin antes recibir el visto bueno del régimen. “Uno de nuestros números se llamaba Sur Pacífico. En él las nadadoras iban en bikini. Tuve que llevarlas al Ayuntamiento de Valencia para que aquellos señores de gafas oscuras vieran a las niñas paseando con sus prendas. Dijeron que sí”. Desde aquel momento ‘Las sirenas de La Haya’ iniciaron una gira exitosa. “Un día de agosto, en la playa de Sant Feliu de Guíxols, con el sol, el mar y una buena comida, me dije: ‘cuando salga de la mili, aquí vendré a vivir”.
Y sus deseos se hicieron realidad. En 1960, Braasem aceptó una oferta para regresar a Holanda a hacerse cargo de la dirección técnica de la natación ‘oranje’, pero antes propuso que Freese le sustituyera. Con su descaro, el futuro técnico le envió una carta a Bernardo de Lippe-Biesterfeld, consorte de la reina Juliana de Holanda, en la que le pidió que “me liberaran de la mili porque había encontrado un trabajo en otro país. Me contestaron y me dejaron marchar un 2 de abril. El día 3 ya estaba en Barcelona comiendo en el restaurante Siete Puertas”.
De los cines de Manresa a la relación con Samaranch
Pese a hablar holandés, inglés, francés y alemán, Freese aprendió español en el cine de duro de Manresa. “Iba a ver dos películas al día. No entendía nada, pero escuchaba mucho. Luego mis nadadores me ayudaron a conocer palabras”, comenta. Le pagaban 5.000 pesetas en el CN Manresa, en unos entrenamientos que se interrumpían a las 12:00 para escuchar el Ángelus. La vida la cambió cuando Samaranch creó la Blume en 1962 y le ofrecieron ser el entrenador de natación. “Solo me pagaban 2.500 pesetas, pero dije que sí. Empecé a vivir en la residencia aunque rápidamente alquilé un piso. Soy un bicho”, rememora.
Fue en ese intenso periodo cuando conoció más a fondo al futuro presidente del Comité Olímpico Internacional, cuando compartieron viajes a campeonatos o incluso otros en los que le hizo las veces de traductor. Samaranch, con el tiempo, le duplicaría el sueldo en la Blume (“pasé de ganar 7.500 a 15.000 pesetas”). “No era muy comunicador, pero me explicaba su visión del deporte. A veces entrenábamos en Poble Nou, y una vez él se desplazó a felicitarnos después de un campeonato. El conserje no le dejó pasar porque le habían dicho que no dejara pasar a nadie”.
Freese también se topó con algún que otro imprevisto burocrático cuando llegó a España. Al acudir al Departamento de Extranjería para solicitar el permiso de trabajo, le dijeron que la profesión de “entrenador de natación” no existía. “Me dijeron que me pondrían actividades artísticas y me pidieron mi nombre artístico. Yo le dije, Juanito de Las Aguas”.
Los métodos del holandés fueron innovadores. Incluso se adelantó a tendencias de hoy en día en la que se busca crear el contexto adecuado para que el deportista se entrene en un buen clima emocional. “En la Blume ponía carteles en la pared con frases motivadoras. Y también les ponía música a los chicos. Cada uno pagaba una peseta y escogía el vinilo, yo llevaba el tocadiscos y entrenábamos con música”. “¿Si ponía a Wagner? No, no. Era un dictador, pero no tanto”, bromea.
Jan Freese o Juanito de Las Aguas para la Administración decidió dejar de ser entrenador en 1973 cuando se le cerraron las puertas de acudir al Europeo de Belgrado. Volvió un año después con Enrique Granados como presidente de la Comisión Técnica. Otro periodo para una natación española que empezaba a modernizarse con la pasión del holandés: “Reorganicé todas las competiciones, con 300 o 400 nadadores. Lo llevaba todo, desde el speaker a la entrega de premios”, rememora. En 1984, “quemado”, presenta su dimisión.
Del ticket al cheque de Cruyff
La vida de Freese era más emocionante que estar a pie de piscina. “Era el último en salir de Bocaccio”, comenta sonriendo. España era un país de día y otro de noche, y el técnico holandés no tiene dudas de que “Barcelona y Madrid eran las ciudades con más libertad de Europa”. En otros aspectos no era así. “Tuve que ir a ver ‘El último tango en París’ a Londres. Aquí no se podía”. Un carácter granuja que también le define.
Como si fuera ayer, Freese recuerda el 4 de octubre de 1974. Después de dejar la natación, había abierto una tienda de pósters en la calle Montcada de Barcelona, en el Born. La creación de esa tienda ya tiene su miga. “Tenía amistad con una chica que su padre era propietario de una tienda de obras de arte y láminas. Un día me fijé en que la ciudad de Verkerke aparecía en la parte posterior de las láminas. Se me encendió la bombilla. Cogí un avión, me planté en esa ciudad holandesa y les dije que yo sería su distribuidor en España. Les compré el doble de lo que vendían. Aceptaron y en un año me dieron un diploma al ser el comercial con mayor crecimiento del año”.
Y ese 4 de octubre, un personaje singular y famoso entró en su tienda. Johan Cruyff, en el apogeo de su carrera futbolística, fue a comprar un póster. “Menudo lío se montó”, dice. “Me pagó con un cheque de La Caixa”. Al día siguiente, en la terraza del bar Xampanyet, corrió la historia y todos se interesaron por el cheque con la firma de Cruyff. “Lo subasté. Si el cheque era de cien yo gané algunos miles. Le expliqué más adelante la historia a Cruyff, y me comentó que él siempre pagaba en cheques y que la mayoría no se los cobraban porque el propietario prefería quedarse su firma”.
Una historia que refleja la viveza de ambos holandeses, un don del que siempre ha dispuesto Freese. Así “conocí la corrupción en España”. Un día, al aparcar el coche, vio como el taquillero no le dio tiquet y le cobró cinco pesetas. Le pareció tan extraño que a la siguiente vez le dijo “te pago 2,5 pesetas y no me das ticket”. Y el taquillero aceptó. Gracias a su mirada y a su intuición, Freeser ha sido, entre otras cosas, fuente de inspiración de muchos entrenadores que, años después, lideraron la natación española con la mano izquierda con la que el propio holandés ha liderado su propia vida.