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PIONERAS | BEATRIZ FERRER-SALAT

“Monté a Beauvalais y me dije: ‘Este caballo es un Ferrari”

Beatriz Ferrer-Salat (Barcelona, 53 años) es la única española con una medalla olímpica individual en doma. Atenas, bronce, con ‘Beauvalais’.

BEATRIZ FERRER-SALAT.
Rodolfo MolinaDIARIO AS

¿Su pasión por los animales le viene de siempre?

Sí. Teníamos una casa en Palamós, Costa Brava, y yo, desde pequeñita, iba siempre a montar a una hípica en un pueblecito de al lado. Ya me fascinaba.

Su padre, Carlos Ferrer-Salat, fue clave para que a Barcelona le dieran los Juegos de 1992.

Él y Samaranch hicieron todo lo posible para que saliera elegida. Ya estaba en el Comité Olímpico, viajaba, conocía mucho a los otros miembros...

¿Dónde vivió usted el anuncio de que sería Barcelona?

Estaba en Madrid, en el coche. Oí por la radio cuando Samaranch dijo: “Barcelona”. Fue una alegríaaa. Lo habíamos vivido todo muy de cerca en casa.

Usted ahí ya hacía doma.

Empecé en las hípicas de verano, en aquel pueblecito. Con 15 le pedí a mi padre un caballo. Me dijo que no podía tenerlo sólo para pasear en verano y me hizo socia del Club de Polo. Iba a clases los viernes a las seis. En un año no me salté ni una: “Veo que de verdad tienes interés, cómprate un caballo”.

¿Cómo lo llamó?

Vendaval. Lo montaba sola por el Polo y me tiró unas cuantas veces. En una de esas que iba por ahí descontrolada, me paró un señor: “¿No te gustaría aprender a montar bien?”. Era el profesor de doma. Y me encantó.

¿Por qué?

Porque es un deporte con mucha disciplina y luego que, en el Polo, todo el mundo hacía salto y a mí me gusta ser diferente.

¿Había más mujeres?

Sí, sí. Y chicos también.

Cuando se eligió a Barcelona, usted tenía 21 años, decidió irse a Alemania, ¿por qué?

Pensé que sería un orgullo representar a mi país en unos Juegos en mi ciudad. En el 90 hubo, además, peste equina en España y los caballos que estaban aquí no podían salir. Hablé con mi padre y me compré uno que dejamos fuera. Tenía otro aquí pero vi que, si quería llegar, en España ni me iba a clasificar. Me fui a vivir a Alemania en 1990. Con un caballo que compré allí. Worislav, para los amigos Black.

¿Y dónde se fue?

A un pueblecito, Munster. Mi entrenador era Theodorescu, muy bueno. Su hija competía en el equipo alemán, había ganado medallas y montaba muy bien. Me intenté clasificar para Barcelona, pero no lo conseguí.

¿Por?

Porque había que sacar dos medias del 60% en concursos internacionales y, con el caballo que tenía, no lo logré. Seguí allí y ya, para los siguientes Juegos, nos clasificamos.

¿Cómo pasó la hípica de gran pasión a ser su profesión?

Siempre me ha fascinado el deporte. Con mi padre fui a ver los Juegos. A Calgary. Luego, Seúl. Recuerdo ver tenis, la doma, la frontera con Corea del Norte... Habiendo vivido el olimpismo tanto en casa, dije: “Ostras, ser un deportista y olímpico es lo máximo”. Por eso me quedé en Alemania, con más ganas. Pero ni era muy buena entonces ni tenía el caballo adecuado.

¿Cómo le llegó ‘Beauvalais’?

En julio de 1999. Hacía menos de un año que mi padre había muerto, octubre de 1998, y yo había vuelto a España. Me llamó un amigo de Alemania. “Oye que a Beauvalais...”. Yo a este caballo lo conocía de potro y siempre me había gustado. “Lo venden”. Lo fui a probar y me encantó. Y tuve la suerte de podérmelo comprar, aunque cuando lo hice todo el mundo: “Este caballo es muy complicado...”.

¿Por qué?

Porque era muy caliente y con mucho carácter. El jinete anterior no se había entendido con él.

¿Y usted cuando lo montó por primera vez?

Pensé: “Qué maravilla de caballo: es un Ferrari”. Yo creo que la gente no lo supo interpretar. Era un caballo muy artista y la gente lo quería tener sometido y lo único que había que hacer era guiarlo y que enseñara su arte.

¿Se leen mútuamente los estados de ánimo?

Totalmente. Mucha gente monta a caballo sometiendo, por la fuerza, y lo bonito es que te lo den, ¿sabes? Para eso has de ser su amigo, interpretarlo. No sacárselo tú, por la fuerza. Creo que mucha gente ahí falla.

¿Cuánto le costó cuando lo compró? ¿Se acuerda?

Sí, me acuerdo pero no creo que le interese a nadie. Es que todo el mundo empieza: “Ay, que si los precios, que si no sé qué, que si no sé cuanto...”.

He leído que uno, hasta hacerlo competir, necesita una década con un coste de entre 6.000 y 12.000 euros al año.

Noooo. Muchísimo más. Tenerlo bien cuidado, alimentado. Profesionales que se ocupen del caballo, un atleta, yo tengo: a mi entrenador, el mozo que lo cuida, dentista, veterinario, quiropráctico, masajista, herradores... Casi diez personas. Más la alimentación, la cama, la paja, la viruta, los viajes... Medicamentos, silla... Lo difícil de este deporte es que son muchos años. Tú compras un caballo con tres, cuatro, y hasta los nueve, diez, no empiezan a correr gran premio, el nivel que necesitas para un campeonato de Europa. Mucho tiempo. Y si el caballo sigue sano, aprende, se entiende contigo, no se asusta en los concursos...

¿Les pasa, se asustan?

Y tanto. De cosas, de ruidos. Piensa que el caballo es un animal de huida. Cualquier cosa que le da miedo, huye. Es su instinto. Entonces ellos han de tener la suficiente confianza en ti. Que les digas: “No pasa nada, tranquilo”. “Ah, vale”.

¿Cómo se comunica con él?

Las ayudas, que se llaman, que es lo que sirve para montar, son tu peso, las piernas, manos, espalda y luego hay un componente emocional. Lo que le transmites. Calma o vamos. Casi telepáticamente. Son muy sensibles. Notan todo. Si tienes miedo, estás contento, inseguro.

¿Lo más difícil de la doma?

Algo que hay que vigilar muchísimo es la salud del caballo. Son animales muy grandes, muchos kilos sobre unas patitas muy pequeñitas a las que se les pide un gran esfuerzo. Hay que vigilar esto mucho. Y luego, hay que tener muchísima paciencia y saberlos esperar.

Sus primeros Juegos fueron Atlanta, ¿cómo se clasificó?

Fuimos al campeonato de Europa de Luxemburgo en 1995, que era la primera vez que España tenía equipo. Quedaba una plaza para Atlanta de las europeas y nos clasificamos.

Y cuando llegó a Atlanta, qué siente. Ya es olímpica, eso que se escapó en Barcelona.

Un orgullo muy grande.

¿Y cuando llegó allí?

Estar en la Villa es la bomba, la bom-ba. Con todos los atletas de tu país, del mundo. Llevar la vestimenta del Comité Olímpico Español, todos iguales...

¿Qué recuerda de la Villa?

Teníamos un apartamento con las de tiro con arco. Alquilaron un edifico para España. Hay mucho ambiente, muchísimo. Anécdotas en concreto no, pero que lo pasamos muy bien, sí.

¿Qué recuerda de su competición?

Para mí en aquellos Juegos lo más importante era competir. Hice un papel decente, séptimos, diploma. Tampoco podíamos aspirar a más. Era la primera vez que España tenía un equipo en los Juegos de doma y la segunda vez con un equipo de doma en un campeonato.

Después, Sidney.

Fue un viaje muy largo para nosotros y los caballos, la otra punta del mundo. Fuimos en avión. Y los caballos tuvieron que hacer un poco de cuarentena.

¿Por qué?

Depende de las reglas de cada país al que vas, ellos deciden. Yo ya tenía a Beauvalais y quedé décima en individual y quintos por equipos.

Antes de los Juegos de Atenas, usted gana la plata en los Juegos Ecuestres mundiales.

Sí. Quedamos bronce por equipos y yo plata individual. Y cuando piensas en todo lo que has sacrificado. En Alemania siete años, sin tus amigos, tu familia, el frío, que muchas veces dices: “¿Vale la pena?”. Y cuando ganas la medalla dices: “Sí”.

¿Cómo fue la competición?

El primer día, al caballo, muy caliente, como te he dicho, le afectaba mucho el ambiente de los concursos y se puso histérico. En el calentamiento no pude repasar un ejercicio. “Madre mía”. Cambiamos de pista e igual. Y cuando entré a Chapín, donde eran los Juegos, le dije: “Beauvalais, vamos a empezar de cero”. E hizo una prueba muy buena. Nunca había sacado tantos puntos. Fui cuarta ese día.

¿Para Atenas tenía pálpito?

Yo sabía que podía. Nadie contaba mucho con nosotros, la verdad. Pero salió de cine. Ganamos la plata por equipos y yo bronce en individual.

En el 48 en Roma se había ganado una medalla en hípica.

Una medalla en unos Juegos tiene una repercusión... Que si la prensa, que si la doma. Ya con Jerez empezaron a interesarse. Pero en los Juegos es el mundo, España entera pendiente de las medallas. Y en Atenas se llevaban bastantes pocas cuando las ganamos nosotros.

¿Recuerda las competiciones para ganarlas?

Sí. El caballo fue el único de los tres medallistas finales con las tres pruebas sin fallos. Tres pruebas limpias, muy buenas.

Pensaría mucho en su padre.

Estar en unos Juegos, ser medalla, él que siempre me apoyó tanto..., me acordé muchísimo. “Desde el cielo me estará viendo y estará orgulloso”.

En Pekín, sin embargo...

Mi caballo había estado lesionado dos o tres meses antes. Y lo recuperamos bien. Todos los veterinarios dijeron que estaba perfecto. Pero llegamos y, al cabo de unos días, se lesionó y no pude competir. Entonces el equipo eran tres personas y, al no competir yo y no llevar reservas, España tuvo que salir sólo en individual.

Eso sería un golpe para usted.

Mucho, sí. El caballo tardó año y medio en recuperarse. Y luego el ambiente, ¿sabes? Supongo que es normal, pero el jefe de equipo intentaba que compitiera y yo: “Está muy mal, no puede”. Hubo mucha tensión. Lo pasé muy mal.

¿‘Beauvalais’ aún vive?

No. Murió en marzo. 31 años. Pobrecito. Pero 31 años son muchos para un caballo, eh.

¿Cuánto viven?

Compiten hasta los 18, 19 y, ya retirados, hasta los 24, 26.

Ahora su caballo es ‘Delgado’. ¿Cómo lo encontró?

Mi amigo de Alemania me llamó. “He visto un caballo de 6 años...”. Lo probé y me gustó.

¿Son muchas las diferencias entre unos caballos y otros?

Sí. De carácter, de salud, de corazón. Cada caballo es un mundo, como cualquier persona.

En doma usted hace preparación física, pero no es habitual.

No. Al irme a Alemania era como: “A ver la españolita que viene aquí...”. No tenía ni el nombre, ni la nacionalidad adecuada. Si eres alemán u holandés ya te da puntos. Pensé: “Intenta prepararte a tope físicamente y compensar tu falta de experiencia, de nombre y de nacionalidad”.

¿Qué hace?

Cardio, estiramientos, circuitos, fuerza, coordinación...

Se levanta cada día a las 05:00.

Me tomo dos vasitos de agua con limón (ríe) y a la media hora desayuno. Monto siete caballos al día y, para acabar por la mañana, porque solo montamos por la mañana, debo darles de comer hora y media antes de las siete. El único día que descanso, si no compito, es el domingo.

¿Objetivos?

En 2018 el equipo español nos clasificamos para Tokio 2020. Por este lado estamos tranquilos. Este verano, tenemos el campeonato de Europa. Delgado está muy bien, aún competirá y luego debo ir pensando en retirarlo: cumple ya 18. Tengo otro caballo joven, Elegance, muy chulo, holandés, y quiero empezar con él a competir este año, a ver cómo va.

En la hípica se compite hasta los 70, 71 años.

Sí, la verdad es que no hay límite. Mientras el cuerpo aguante bien y estés motivado...

¿Cambiaron las medallas de Atenas la doma?

Claro. Dentro de que es un deporte muy minoritario, se nos considera y respeta más.

Su padre fue el propulsor del plan ADO. A muchos deportistas les cambió la vida.

Cuando en España se hizo el Mundial de 1982, pensó: “Está muy bien. Hemos organizado un Mundial de fútbol, pero sin resultados deportivos, en realidad es un fracaso”.

¿Y entonces?

Tenía clarísimo que, si Barcelona era sede de los Juegos en 1992, debía tener resultados deportivos para que fuera un éxito porque, por muy organizado que estuviera, sin eso, no se iban a considerar unos Juegos exitosos para España. Entonces ideó el Plan ADO. Como también era empresario, importante, conocía a muchos otros... Aunque yo sé, él siempre me lo decía, que nadie creía en ello.

¿Sí?

Sí, sí, que se reían, vamos. Pero él se movió, recogió dinero y, a cambio de que esas empresas usaran el logo, tenían una serie de ventajas. Quería que los deportistas se pudieran dedicar, en exclusiva, a hacer deporte. Que no tuvieran que estar pendientes de ganarse el pan además de estar no sé cuántas horas entrenando al día. Lo creó y fue de maravilla: 22 medallas.

¿Su apellido fue un obstáculo en su momento?

No un obstáculo, pero la gente es bastante mala y veía: “Ferrer-Salat, uy, ésta está en el equipo porque su padre es el presidente del Comité Olímpico”. Y no tenía que ver. Las medias, los jueces no tenían ni idea de quién era mi padre. Y para clasificarte has de hacerlo como cualquiera. Nunca ha tenido que ver. Más que un obstáculo es que la gente en seguida piensa en lo peor.

¿Dónde tiene las medallas de Atenas?

Colgada en el picadero, donde entrenamos con los caballos.

O sea, que la ve mucho

Sí, sí. La tengo en un pasillito que cuando viene gente a vernos montar las ve, todas las medallitas. A mí me recuerda siempre todo lo que he conseguido y lo que hay que entrenar para poder alcanzarlo.